Que un músico sea tan imprevisible solo se puede tomar como algo bueno y muy positivo. Por tanto, Ezra Furman entra en esa categoría con todos los honores. Nunca sabes qué va a hacer, el camino que tomará en su siguiente paso. Furman graba por impulso, por sensaciones. Ni estudia sus movimientos ni obedece a instrucciones. Su carácter díscolo y provocativo le convierte en un ser incomprendido, nadie sabe en qué casilla ubicarlo. Quizás por eso, en este disco, acude a la figura de Jay Reatard como fuente de inspiración. Reatard era otro músico que se ceñía exclusivamente a sus propias convicciones como arma para actuar.
Si en su anterior trabajo, “Transangelic Exodus”, Ezra tocaba teclas hasta entonces inéditas, jugando en exceso al despiste, ahora vuelve a un terreno que sí ha pisado anteriormente y conoce a la perfección. Aunque lo haga de un modo distinto, con otras premisas y desde otra perspectiva. Porque quien crea que el punk solo tiene un hilo se equivoca. Si en el pasado Furman apostó por una perspectiva más divertida y desacomplejada –más cerca de New York Dolls que de Dead Kennedys, por poner dos ejemplos–, con más glam y colorido, ahora el sonido es más sucio y sobre todo el discurso es más crítico que nunca (escúchese desde el primer single, “Calm Down Aka I Should Be Not Alone” a “Blown”).
Cada canción tiene un mensaje (“In America”, “Rated R Crusaders”, “Trauma”) y hay malestar en cada estrofa. En apenas media hora, Ezra Furman se rebela y grita a modo de desahogo. Y es que el músico de origen judío mantiene que, en tiempos desesperados, hay que hacer canciones desesperadas. He aquí la prueba.
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