Con el parón indefinido de 2014 tras una agotadora gira mundial, los británicos pasaban a engrosar la lista de bandas indies jóvenes prematuramente quemadas por las exigencias del éxito. Por suerte, el cuarteto ha recuperado fuerzas para reaparecer con el que parece, a todas luces, su disco más sólido, ambicioso y adulto: un paso adelante con el que se postulan como grupo a tener en cuenta más allá de modas juveniles.
La producción de John Congleton –el hombre capaz de grabar a artistas tan opuestos como Swans, Angel Olsen o Wild Beasts– añade un toque recio y una inmediatez realista que le viene muy bien a un grupo que se encuentra perfectamente cómodo en esta nueva piel más madura, más allá del indie folk o electrónico blandito. Unos Bombay Bicycle Club mayores y con las ideas más claras ahondan en esa extravagancia que ya les hacía diferentes y que aquí se traduce en personalidad.
Recuperando los ingredientes básicos de una banda de rock (o pop) y apostando algo menos por la electrónica y la world music (“I Worry Bout You”, “Do You Feel Loved”) y más por un desprejuiciado abanico de influencias acertadas que van del kraut pop a la psicodelia o el pop en estado puro, Jack Steadman y compañía se hacen fuertes en una sobresaliente primera mitad del disco: encadenan canciones estupendas como “Is It Real”, “Everything Else Has Gone Wrong” –con esa irresistible línea de bajo distorsionado–, “I Can Hardly Speak” o la emocionante “Eat, Sleep, Wake (Nothing But You)”, de lo mejor que han hecho nunca. La segunda mitad se me hace algo menos inspirada, pero sin que en cualquier caso desaparezca la sensación de paso adelante, con aciertos como “Let You Go” o el single “Racing Stripes”.
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