Sólo con mirar la fotografía interior en la que vemos a Jordi Lanuza frente a ese melancólico amanecer, ya es una buena pista de lo que este barcelonés nos vuelve a ofrecer en su segundo álbum. Gracias a sus relevantes primeras maquetas ya pudimos incluirle dentro de la actual generación de bandas de rock en catalán que definitivamente ha dejado atrás el esquematismo de sus antecesores revelándose como un todo cualitativo con nada que envidiar a cualquier producto foráneo. En este caso, pop-rock, folk, post-rock y emo surcando por territorios que siguen la senda trazada anteriormente por su formidable debut, “L'atracció monumental” (Cydonia, 07), donde se afianza como autor en solitario abrazando melodías memorables cargadas de honestidad y que, superando las clásicas limitaciones locales, triunfa en tanto en cuanto el rendimiento que obtiene de ellas. Un disco gestado en los apartados de grabación y producción junto a Pau Vallvé, de trabajo detallista, aglutinado con impecable ligazón y delicado en sus esencias, que nos confirma estar ante uno de los próximos grandes talentos del pop estatal.
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