La naturalidad es la principal virtud de este disco, con el que Ernest Crusats le hace la cobra al abigarrado pop en tecnicolor de La iaia para incurrir en un folk que no tiene nada de tópico. Sorprende que, con su proyecto matriz aún en plena progresión, haya aprovechado su impasse para dar este giro en forma de una canción de autor que no se quiere reconocer como tal, y hace bien. No hay aquí peajes muy visibles, más allá de que "La font gelada" (2022) vaya a engrosar el incipiente catálogo de esa nueva austeridad acústica que bien puede alinearse con la del último Ferran Palau, Maria Jaume, Anna Andreu, Pau Vallvé y tantos otros renovadores desde el “menos es más” de aquella sensibilidad que brotó en la primera década de los 2000 de la mano de Antònia Font, Mishima, Sénior i el Cor Brutal, Mazoni, Manel, Nacho Umbert y otros proyectos de pop en catalán que rompieron con su anterior (y viejo) paradigma.
De hecho, no extraña que produzca y se encargue de la otra guitarra Jordi Matas (El Petit de Cal Eril) y que sea su primo, Ferran Palau, quien maneje la batería, ambos con su habitual sutileza. Y es precisamente a Nacho Umbert (otro heterodoxo) a quien recuerdan sobremanera canciones como “Deixa tot el pes”, por esa forma de cantar entre el susurro y el spoken word, con una fluidez pasmosa, con la naturalidad de la fruta que cae madura: por algo la naturaleza marca el tono lírico, poético, de un trabajo tan delicadísimo que por momentos recuerda a Nick Drake (“Herbes d’esperar-te”) o a Sufjan Stevens (“La font gelada”), palabras nada menores. Y que corrobora su bendita génesis, casi casual, con una soberbia “Porta oberta” (elección más que lógica como single) que, por lo que cuenta su autor, ni siquiera iba a formar parte de sus 29 minutos hasta que Matas entrevió sus posibilidades. ¿Casualidades o causalidades? Interrogante inútil ante tan notable temario.
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