Resulta imposible escuchar una y otra vez “Neovalladolor” y no pensar en el confinamiento de estas semanas, aunque en realidad su punto de partida sea otro: la idea encadenada de explosión-destrucción-regeneración, tomando como referencia el Neo-Tokyo de Katsuhiro Otomo en “Akira” (1988), parece replicarse ahora. Una encerrona distópica que podemos alimentar con frases de estos nuevos temas: “¿Por qué esconderte si no tienes dónde?” (“47 GHOST”), “Quiero salir y no sé cómo” (“Labyrinth”) o “Vives fuera, mueres dentro” (“Drones”).
La metafórica recreación de Valladolid, mimetizándose con la polución de su cinturón industrial, sirve como escenario para la fantasía existencialista de Erik Urano, construyendo un discurso cada vez más personal, denso y a la vez directo. Golpea a la primera, pero requiere tiempo para digerirlo en toda su extensión, encontrando nuevos recovecos, comunicaciones cruzadas y efectos que se multiplican en un álbum más electrónico que nunca. Con toda seguridad, es imposible descifrar cada uno de sus mensajes: ¿Acaso no esa la realidad inabordable a la que nos enfrentamos con una mezcla de miedo, angustia e incertidumbre?
La intro del primer tema, “Neo VdO”, ya marca el camino: el nacimiento de una nueva época, post-industrial, post-individualista y desideologizada. Se abre ante nosotros el concepto de “fragilidad ontológica”, acuñado por el británico Mark Fisher (1968-2017) para hablar de una realidad en la que el olvido se convierte en estrategia de adaptación y supervivencia. Fisher, profesor de Filosofía, teórico cultural y colaborador de “The Wire”, se acercó durante años, y especialmente a raíz de la crisis económica de 2008 -“Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?” (2009)-, a la incapacidad para imaginar el futuro. La atmósfera viciada, la ciudad póstuma de la que habla hoy Erik Urano, bien valdría para ilustrarlo. “Aislado, desconectado, rodeado por un espacio hostil, repentinamente te encuentras sin conexiones, sin estabilidad, sin nada a lo que aferrarte para mantenerte erguido o en su lugar”, señalaba Fisher en “Bueno para nada” -uno de los textos de “Los fantasmas de mi vida” (2014)- citando al terapeuta David Smail. Una cancelación del futuro que fue también una de las obsesiones recurrentes de Philip K. Dick, uno de los autores cuyo eco no es difícil encontrar en la obra del rapero vallisoletano.
Esa distopía, con la que cada vez estamos más peligrosamente familiarizados, se sitúa en la base sobre la que se levanta un trabajo oscuro en el que confluyen rap (bien lejos de la ortodoxia), grime, drum’n’bass (como un martillo pilón en la trepidante e invernal “DE47H”), electrónica experimental (“Logout”, sorprendentemente bailable) e incluso reggaetón (o lo que el propio Flat Erik bautiza como “perreo subatómico” en “Molecular”). Nunca tuvo miedo a superar los géneros -ahí está “Balaclava” (2018) para recordárnoslo-, pero “Neovalladolor” da un paso aún más decidido en esa dirección, reclutando a nombres como Lost Twin (tremendo en el surtido de beats que desplega en “Penfield”), $kyhook, Manul & Energy Man, BSN Posse, Merca Bae, Margari’s Kid, hidden jayeem o el habitual Zar1. También se asoman a este universo las voces de Niño de Elche (en la orwelliana “Drones”) y Suzzee (integrante de ColdChain), reptando en “Labyrinth”. El conejo de Alicia corre sin ataduras, derribando muros, arrojando plomo sobre las heridas, avanzando hacia un abismo incierto. Pasando pantallas en la cuarentena para poner música a nuestra neo-vida con un disco que, quizá sin quererlo, ya está marcando una época.
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