Hace ya más de dos décadas que Radiohead cuentan con el estatus incontestable de banda de culto, por lo que cualquier movimiento en torno a la formación británica genera irremediablemente agitación y unas expectativas más que generosas. El anuncio del debut en solitario del guitarrista de la banda Ed O'Brien –bajo las siglas de EOB– no fue una excepción, motivando un interés que no hizo sino crecer en base a una (estudiada) serie de adelantos. Lo cierto es que el álbum en cuestión ralla a un nivel de notable alto y, lejos de ser el mero capricho o entretenimiento de un músico al margen de su exitosa banda, supone un trabajo ampliamente meditado y medido, inspirado en la propuesta y sólido en las consecuencias.
Y eso que el contenido seleccionado y presentado por el de Oxford apunta ligeramente al cajón de sastre, con nueve piezas que pasan del pop a la electrónica sin renunciar a ramalazos folk. Pero incluso ese transcurrir aparece extraordinariamente bien medido y colocado por el autor, en lo que resulta una pequeña anarquía homogenizada en base a esa elegancia intrínseca y permanente del sonido que protagoniza el álbum. No parece casualidad, por tanto, que O’Brien se haya rodeado de un plantel de lujo con el que ayudarse a la hora de perpetrar el lujoso aspecto y acabado final del elepé. Una nómina que incluye entre otros a Nathan East y Dave Okumu (del grupo The Invisible), el guitarrista de Portishead Adrian Utley, y el contrastado percusionista Omar Hakim, además de colaboraciones del batería de Wilco Glenn Kotche, el mismo bajista de Radiohead Colin Greenwood, o la vocalista Laura Marling. Todo bajo el control de un productor contrastado y de confianza como Flood, ayudado en funciones por Catherine Marks.
El principal referente externo que cabe señalar al referirse a “Earth” recae sobre la figura de Beck, tanto en fondo –nos referimos a una obra fuera de prejuicios y donde las fronteras estilísticas desaparecen en beneficio de la riqueza del conjunto– como en unas formas que conmemoran la faceta más desnuda del californiano, pero también esa que se acerca al pop electrónico bastante más vertical. La referencia se abre con la pieza más exótica y colorida del lote, “Shangri-La”, dando paso a una “Brasil” que progresiva y deliciosamente resulta colonizada por la electrónica. Bastante más pop resulta la insinuante “Deep Days” con leve pespunte funk, o una “Banksters” que puede llegar a recordar a Doves. Entre las piezas más sencillas y cercanas al folk se contabilizan los aciertos de “Long Time Coming”, “Mass” y la final “Cloak Of The Night” con aportación de la mencionada Laura Marling. Por su parte, el single “Olympik” remite al vanguardismo de los U2 de “Achtung Baby” (91), con la satisfacción que eso conlleva.
Ed O’Brien se ha tomado su tiempo para debutar al margen de Radiohead y, atendiendo al resultado, bien podría haber estado madurando su material hasta alcanzar el nivel óptimo para su lanzamiento. Lo ha hecho concretando una calidez envolvente y convincente, que apuesta por un sinfín de arreglos que, lejos de apabullar o resultar excesivos, lucen como adecuados en su función de engalanar cada composición. “Earth” alterna diferentes tonalidades de inquietud y belleza, en piezas que tan pronto no alcanzan los tres minutos de duración como superan los ocho. El combo reunido para la ocasión consigue que todas encajen en el sentido conjunto de la obra, en un logro que se explica con el cuidado de los detalles y la calidad misma de todas y cada una de las nueve canciones presentadas.
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