Ensoulment
DiscosThe The

Ensoulment

7 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 11-09-2024
Empresa — Ear Music
Género — Pop-Rock
Fotografía — Archivo

Veinticinco años sin un disco de canciones con ojos y cara, de esas que se cantan y se pueden llegar a tararear, es mucho tiempo. Matt Johnson lo sabe, y seguramente por eso –y también por el mal sabor de boca que le dejó el muy irregular “NakedSelf”, publicado en 2000– ha decidido jugar sobre seguro con doce cortes que no emborronan su legado pero tampoco lo agrandan en demasía para cualquiera que esté medianamente familiarizado con su obra.

“Ensoulment” es el único de los álbumes de The The que está directamente marcado por la banda de directo que le acompaña desde The Comeback Special, la gira con la que volvió a los escenarios en 2018, y no al revés, como ocurría con todos sus anteriores discos. Y eso se nota en el tacto, más orgánico que nunca, por momentos muy acústico, sin experimentos, probaturas ni salidas de tono. Es todo tan continuista que el título remite a sus dos primeros discos (“Burning Blue Soul”, de 1981, y “Soul Mining”, de 1983) desde una perspectiva actual: las temáticas siguen basculando entre lo personal y lo político (a veces son la misma cosa) e incluso apenas hay décimas de segundo entre algunos de sus cortes. “Ensoulment” es un disco de hechuras tenues, de apariencia discreta, mucho más propenso al sigilo que al estruendo. Muy sólido. Tanto que en ocasiones linda con lo lineal, y eso no siempre parece bueno. Aunque me da que es un claro grower: gana puntos con las sucesivas escuchas y deslinda muchos más matices de los que se aprecian en una primera escucha. Y creo que Johnson canta mejor que nunca.

La nómina es pura zona de confort: Wayne Livesey (ya trabajó en “Infected”, de 1986, y “Mind Bomb”, de 1989) a la producción, la banda formada por Barry Cadogan a la guitarra (no es Johnny Marr, pero este lo recomendó), el teclado y la melódica de DC Collard (tampoco es Jools Holland en “Uncertain Smile”, aunque el solo de piano en directo lo clava), James Eller al bajo y Earl Harvin a la batería. Todos formaron parte de The The en algún momento de sus cuarenta y cuatro años de historia. Hasta la portada es de Andrew “Andy The Dog” Johnson, su hermano fallecido en 2016, inspirador directo de la canción “We Can’t Stop What’s Coming” (17) e indirecto de este álbum. En cierto modo suena todo a los cortes más acústicos de “Dusk” (93), para mí su disco más completo: sin la agitación rítmica de una “Dogs Of Lust” ni una “Sodium Light Baby”, obviamente. No esperéis brotes de electrónica, ni de funk, aunque sí un poquito de blues: “I Hope You Remember (The Things I Can’t Forget)” tiene algo de eso, al igual que “Kissing The Ring of POTUS”, que trata sobre la primacía del neoconservadurismo norteamericano desde los tiempos de Reagan, conectando temáticamente con “Heartland” (1986).

Aunque sus canciones siempre han tratado sobre la vida, los afectos, la política y la muerte, se nota que estamos en 2024 y que Matt y uno de sus hermanos, Gerard (cineasta para quien ha compuesto hasta tres bandas sonoras) son los únicos miembros de la familia aún vivos: Eugene, el más joven, se fue en 1989 y tampoco viven ya sus padres. Por eso hay dos canciones que se llaman “Life After Life” (buena, y ojo a la guitarra de pinceladas impresionistas de Cadogan) y “Where Do We Go When We Die?” (francamente bonita). Por eso “Zen & The Art Of Dating” enlaza con la temática del flirteo en la era digital de un modo similar a como “Helpline Operator” (1993) lidiaba con los servicios telefónicos de pago en la época pre-Internet. También la actualidad conduce a que “Cognitive Dissident” nos cuente que nada es lo que parece en estos tiempos de izquierdistas censores y derechistas presuntamente libertarios, antes de lamentar la gentrificación a la que se ha visto sometida su propia ciudad, Londres, en “Some Days I Drink My Coffee By The Grave Of William Blake” (“la Londres que conocía se ha desvanecido”, afirma).

Matt Johnson siempre ha ido tan a contracorriente que aquí desestima como single el único estribillo que apunta a una cierta idea de pop (el de la resultona y ligeramente soul “Risin Above The Need”) en favor de una letanía en modo spoken word de título kilométrico como es “Linoleum Smooth To The Stockinged Foot”, recuerdo además de su hospitalización hace cuatro años por una obstrucción de tráquea que pudo costarle la vida. En ese sentido sigue siendo incorregible, pero conserva una ácida capacidad de observación de la realidad y, sobre todo, de unos sentimientos que afloran con madura naturalidad en “I Want To Wake Up With You” y “Down By The Frozen River” – ambas guiadas por el piano de DC Collard, la segunda de ellas recordando un poco, aunque sin llegar a su altura, a “This Is The Night” (1993) – y ese precioso cierre que es “A Rainy Day In May”, quizá la mejor canción del disco (puede que la semana que viene me parezca que es otra), dejando un hueco para la esperanza alrededor de otra de las fuerzas motrices de su cancionero, la idea del azar.

Si eres fan, hazte con él. Te lo agradecerás. Alumbrará y calentará algunas de tus próximas noches porque es un disco crepuscular, y lo es de un modo que te resultará familiar. Si no, tienes mejores puertas de entrada a su fascinante e intermitente obra.

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