Cuando se concibe el arte como inquietud constante y catarsis, el miedo a pasarse de frenada no existe, y si encima se emprende un nuevo camino, la honestidad de ese volantazo exige pisar el acelerador a fondo para volar por los aires y dibujar con tu propia estela, antes de caer, el siguiente horizonte.
Un año después, cuando aún corre por nuestras venas parte de aquel dulce y amargo veneno de la despedida de Standstill, Enric Montefusco, fundador, compositor y vocalista de la banda, inicia su andadura en solitario con “Meridiana”, su esperadísimo debut. Once temas escritos, grabados y producidos por el mismo, acompañado por una docena de músicos, redefiniendo su sonido con sus propias raíces. Un cóctel emocionante de recuerdos biográficos y latido social en los que palpita más que nunca esa esencia multidisciplinar que ya se respiraba en discos anteriores como “Dentro de la luz” (13) o “Adelante Bonaparte” (10), un cruce de caminos donde la música busca la complicidad de otras artes para saciar su necesidad interna y enriquecer más aún la experiencia y el mensaje.
El disco abre diciendo “Adiós”, entre sintetizadores y percusiones, una especie de ritual donde se invoca al fantasma que nunca se va del todo, penúltimo intento de dejar atrás la sombra que te persigue. Y tras la intrigante “Buenas noches”, un acordeón marca un vals y se le une un violín que llora, mientras gira y gira un carrusel al otro lado de “El riu d'oblit”.
Si “Flauta Man”, de título y estribillo arriesgado, con desconcertante final incluido, provocaba dudas como primer adelanto, la cadencia de “Obra maestra” borra esas nubes y se encumbra como pieza costumbrista marca de la casa que podrían haber firmado los mejores Standstill, con una atmósfera envolvente y arreglos orquestales que entre vientos, palmas y percusión, asciende como enredaderas a un techo que rompe Enric cantando a pleno pulmón ese “Hay un hueco dentro de mi, lo lleno de vino y lo lleno de guerra”.
Con “Meridiana”, canción clave que da nombre al disco y a la avenida donde Montefusco se crió, se abre una caja de música que guarda el amanecer del viejo barrio, ese primer rayo naranja que se cuela por la ventana y te despierta junto al olor del café que inunda los pasillos de la casa de tu infancia… Una de las pistas más intensas de este trabajo, con Enric dejándose el alma y aumentando las pulsaciones al son de una sesión de cuerdas que acelera y explota como fuegos artificiales. El retrato social de la clase media trabajadora, olores y colores que impregnan una época y cada surco de este nuevo LP.
La crítica cargada de ironía sigue en “Uno de los nuestros”, con aura de marcha fúnebre y ejemplo claro de fragmento que pide a gritos la complicidad de otras disciplinas, la amargura naif de “La vida plena” o el cierre con “Yo delego en ti”.
“Todo para todos”, single oficial, se presagia himno y apoteosis en directo, con palmas y coros infinitos que se funden en una nebulosa sonora, desatada por un acordeón omnipresente a lo largo de toda la obra.
Un disco para alzar el vuelo, valiente y arriesgado, marcadamente de autor, que entiende la música como una suerte de arte y ensayo comprometido ética y estéticamente consigo mismo y su tiempo.
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