Escucho y escucho este disco y no salgo de mi asombro. Tenía a Eneritz Furyak entre mis claras favoritas para liderar la música vasca de los próximos lustros (siempre desde un punto de vista de trascendencia artística, no de exito popular), a tenor de lo expuesto en sus dos primeros álbumes, donde bordeaba un fresco post folk acústico de cariz vanguardista, incómodo y demasiado avanzado para el público común, que en su segundo capítulo "Emadan" de 2021, ya mostraba atisbos de cambio. Después produjo la banda sonora del documental "Bi arnas" en 2022, mismo año que se presentó en el Festival Internacional Trikitixa con un proyecto de ruidismo creado ad hoc, y en al año siguiente comenzó a trabajar en "Paisaiak", una colección de cinco piezas audiovisuales creadas en diferentes residencias artísticas que se inspiran en temas imaginarios y sonidos relacionados con cada lugar en los que han sido creados.
Que el presente es mujer y electrónica en la música es ya hecho consumado. Ellas se han adelantado y como proclamó Jeff Tweedy de Wilco, quizá el hecho de estar menos vinculadas al pasado les hace pensar más en presente y futuro. Y los sonidos electrónicos y sus texturas y conjunciones se han adueñado de cualquier intento de experimentación o simple evolución en todas las músicas populares, expuestas tanto al rock, folk o incluso jazz.
"hhh" es un disco abierto y expansivo, que lo mismo puede llegar a muchos que quedarse en unos pocos, quizá en espera de que paso del tiempo deje las cosas en su sitio. Se abre con "Hiltzen uztera", que empieza misteriosa para luego desarrollar ritmos bailables y electrónicos que tras un pequeño desvanecimiento se sueltan claramente hacia el éxtasis de la pista de baile. "Luzaz" arranca en una neblina encauzada con percusiones erráticas, un ritmo hipnótico y enfático mientras Eneritz canta con suavidad y firmeza. En "Azkenagina" se acompaña de Fernando Sapo (ex Kuraia). Es el tema más enigmático del lote; spoken, susurros cruzados y manipulados, experimentación sonora y vocal, conatos de ruidismo. Un piano fúnebre da paso a "Zelatari", la voz tarda en entrar y añade más inógnita a una pieza que parece escrita para una banda sonora sobre espionaje. Vuelve la luz con "Argia", que ella aprovecha para jugar con su voz, aniñándola entre texturas de sintetizador hasta que en el ecuador se atisbe una explosión que asoma pero no detona, en pos de algo más hipnótico y grave. "Hobietan muxu" es otro recreo de avant pop in crescendo, con una narrativa moderna en consonancia con St. Vicent o una Fever Ray más contenida.
Muy destacada es "Begiztan", en magnífico dueto con Hatxe, compositora musical para teatro, danza y poesía, que aquí contrapone su recitado en medio de percusiones y pulsaciones electrónicas muy seductoras, no muy lejos de Cate Le Bon. "Hegoa" tiene un inicio casi de balada acústica, pero no tardan en llegar las turbulencias, fragmentadas hasta la segunda parte del tema. Todo termina con "Antzinako hondakinak", precioso medio tiempo arty, intepretado con sutileza y mimo. Broche para un álbum excelente.
P.D. Además de los irrenundiables Lisabo o Mikel Laboa, veo que en una entrevista con esta revista en 2019 la irundarra cita a Low o Nadine Shah, entre sus artistas predilectos. Precisamente esta última ha publicado este año un disco tan rotundo y sugente como el suyo. Somos lo que cautiva nuestros oídos (y nuestras almas), y eso crea complicidades sustanciales.
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