Llegó el momento de hincarle el diente al nuevo de disco de Los Enemigos, que había generado una expectativa inusitada entre sus seguidores con dos adelantos aparentemente impropios de una banda veterana que bien podría haberlo dicho ya todo. Y resulta que no, que treinta y cinco años después son capaces de lanzar un disco que compite seriamente frente a verdaderos clásicos de la banda. Un disco urgente y demoledor, más homogéneo de lo habitual en su caso y, en eso no cabía duda, con la habitual inspiración de Josele Santiago en los textos.
Este décimo larga duración nace del cambio y de diversos puntos de inflexión personales. Uno que en principio pilló a muchos por sorpresa fue la salida de la banda de una figura tan querida como la de Manolo Benítez, guitarrista de apoyo desde finales de los ochenta y miembro oficial con la inercia del tiempo. Le sustituía rápidamente David Krahe, experimentado guitarrista de Los Coronas, pilar de esa fantástica dupla creativa con Fernando Pardo, que llevaba ya unos cuantos años acompañando a Josele Santiago en sus giras en solitario. El cambio, más allá del cariño de la afición, que lamentaba la pérdida de uno de los símbolos de la banda, es sin duda beneficioso, ofreciendo Krahe una paleta de sonidos amplía y estimulante y abriéndose así un nuevo mundo de posibilidades e intercambios a la guitarra.
Por otro lado, los últimos discos en solitario de Josele Santiago y sobre todo el de Fino Oyonarte, el primero bajo su propio nombre, tremendamente revelador en lo personal, cumplían una necesidad vital y les llevaba enfrentarse al siguiente capítulo de Los Enemigos totalmente liberados. Pero, en este caso, lo que vino tras la calma fue la tormenta. El disco comienza de manera apabullante con “Siete mil canciones”, cuya música nacía hace dos décadas y que ha esperado pacientemente hasta que Josele supo darle una letra y un estribillo a la altura de sus mejores creaciones: “El futuro fue, desapareció/si es que alguna vez no estuvo aquí conmigo”. Power pop de altos vuelos, una de esas canciones a pinchar en bucle obsesivamente, que marca el inicio de la cara A y que se mantiene en “Vendaval”, compuesta a medias con Fino. Un tono que se sigue manteniendo al comienzo de la cara B con “Mar de sendas”, y que llega a embrutecerse un poco más con “Hey Judas”. Mención especial para “Océanos”, continuando la tradición de incluir una canción cantada por Fino, que recuerda e incluso mejora aquel “No se lo cuentes” del “Nada”, demostrando una vez más la sobresaliente sensibilidad pop del también productor. Con temas como “Sacrilegio sideral” sale a relucir la cada vez más desdibujada frontera entre las canciones de Josele Santiago y de Los Enemigos, recordando levemente en este caso, gracias a esa elegante sencillez, el repertorio de “Garabatos” (06), su segundo disco en solitario.
Aunque no sorprende que la banda haya registrado un disco del tal empaque y calidad, es comprensible que existiesen dudas. En “Vida inteligente” (14), su primer disco tras la vuelta a los escenarios, escuchábamos a unos músicos contundentes pero todavía algo desubicados, con una producción quizá demasiado limpia y bastantes medios tiempos que estiraron lo que podría haber sido un gran EP de regreso. Pero ni rastro de todo esto en “Bestieza”, inspirado compendio de temas de espíritu punk que pedía a gritos meterse un poco en el fango. Ahí es donde entra la figura de Carlos Hernández, viejo conocido de la banda como técnico de sonido y ahora uno de los productores de rock español más cotizados, que hábilmente ha sabido agitar a Josele y compañía hasta sacarles ese punto extra de tensión tan de agradecer. Llevando el sonido del disco a un punto de imperfección que le sienta como un guante, con el grano y la suciedad adecuada.
Los Enemigos siempre han sido caso aparte en el rock español. Capaces de resquebrajarse y de resucitar por sorpresa, de tocar multitud de palos sin espantar a nadie o de facturar varias de las mejores versiones, de Abba a Serrat sin despeinarse. También de ilusionarse e ilusionarnos con uno de los mejores discos de su carrera, ¡a estas alturas! Unos bestias.
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