Hey Clockface
DiscosElvis Costello

Hey Clockface

8 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 30-10-2020
Empresa — Concord
Género — Pop-Rock

Nuestro querido entertainer – como se describía en los tiempos de "Spike", allá por 1989 – está de vuelta. Sin repetirse, combinando el afán por texturas novedosas con el formulismo (algo conservador, todo hay que decirlo) de quien se sabe consumado maestro. A diferencia de sus últimos álbumes, hay aquí un poco de cada uno de los Costellos que conocemos. O, mejor dicho, un poco de cada uno de ellos si obviamos la fibra new wave, que tan solo luce en una puntual mutación: la fantástica “No Flag”, crujiente y rotunda, traviesa y de curiosidad hambrienta, lejanamente emparentada con la producción que Mitchell Froom le aplicó al magistral "Brutal Youth" (1994). Es una de las tres pistas grabadas en solitario por el señor McManus en Finlandia – junto a la también sensacional “Hetty o’Hara Confidential”, armada sobre su propio beatbox, y la cinemática “We Are All Cowards Now”, con giro melódico que se resuelve a lo Burt Bacharach, pero con producción del siglo XXI –, dentro de un álbum tan diverso que ni siquiera la supervisión de Sebastian Krys (Lori Meyers, Carlos Vives, La Santa Cecilia) logra unificar. Ni falta que le hace, claro. Todas sus vetas son disfrutables, y mezclan muy bien porque el disco se explica por su diferente lugar de cocción, como si fuera un periplo con diferentes paradas de ida y vuelta: a Helsinki hay que sumar Nueva York y, sobre todo, París, donde se gestaron nueve de las catorce canciones.

Las guitarras de Bill Frisell y Nels Cline, otros dos músicos duchos en sacar partido al error, en apurar la espontaneidad para diseñar sonidos asimétricos, embellecen los dos cortes pulidos en la Gran Manzana: la nocturna “Newspaper Pane”, que se acerca a la rítmica casi hip hop explorada en su disco con The Roots, rematada por la imponente trompeta de Michael Leonhart, y la evocadora spoken poetry – sigue siendo un letrista de excepción – de “Radio Is Everything”. Una fórmula que también exprime con acierto en “Revolution #49”, en la que nos dice que “el amor es lo único que podemos preservar” (todo el material estaba firmado en febrero, desechen lecturas pandémicas). El tramo más clásico, también el más reservón de todos los que pueblan este nuevo gabinete de curiosidades, es el que gestó junto al piano de Steve Nieve (el único Imposter aquí implicado) y un cuarteto francés de cuerda y percusión en París. Baladas de aliento jazzie como “I Do (Zula’s Song)”, incursiones en el vodevil como “Hey Clockface/How Can You Face Me?” o ese indisimulado guiño a Django Reinhardt que es “I Can’t Say Her Name”.

A veces transita, como viene haciendo desde casi siempre, sobre esa finísima línea que separa el arte mayor de la artesanía simplemente diligente. Otras veces da la sensación – también frecuente en él – de que una ligera poda situaría esta nueva entrega en el sobresaliente incontestable. Pero qué quieren, es Costello. Con su derroche de creatividad, con su elegancia inmarchitable, con su voracidad inagotable.

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