Éléor
DiscosDominique A

Éléor

8 / 10
José Carlos Peña — 13-03-2015
Empresa — Popstock!
Género — Pop

Veintitrés años después de “Le courage des oiseaux”, canción que le puso en el mapa, Dominique Ané se ha construido un bien merecido prestigio. Disco a disco ha ido erigiendo un universo en el que la honestidad, las emociones a flor de piel y las buenas canciones jamás han remitido. No era fácil exportar esa conciliación entre la fuerte personalidad francesa con algunos presupuestos del pop, y menos en un mundo en el que, nos guste o no, la dictadura anglófona sigue prácticamente intacta.

Tres años después de su celebradísimo y torrencial “Vers les lueurs” -del que despachó más de 50.000 ejemplares en su país natal-, una escucha apresurada de “Éléor”, su décimo trabajo, podría calificarlo como disco menor: Casi todas las composiciones del álbum son concisas y directas, apenas por encima de los tres minutos o incluso por debajo, y además, con algunos de los estribillos más pop que ha compuesto nunca. Pero la madurez y el dominio del lenguaje que uno utiliza son precisamente eso: El despojamiento de todo artificio y retórica para ir directamente al grano, diciendo lo que uno quiere decir.

Comienza el disco por terrenos familiares, pero no por ello menos emotivos: “Au revoir mon amour”, canta: “Quizá en otro año, la vida no ha terminado, la vida no ha pasado” Dominique dispara al corazón, y esas preciosas cuerdas, presentes en casi todo el disco nos ganan inmediatamente. Esa nostalgia sobria y sin aspavientos recorre todo el álbum, aunque musicalmente hay momentos de mayor ligereza pop, como “Celle que ne me quittera jamais” -la sombra de Gainsbourg es alargada- o “Central Otago”, con ese estribillo de lo más accesible que ha hecho nunca, siempre manteniendo la qualité marca de la casa. “Éléor”, la canción más larga, se me antoja un híbrido entre el post-rock seco y desolado y la chanson, que funciona. De hecho, los acordes agrestes de “Nouvelle vagues” podrían haberlos firmado el mismísimo Michel Cloup. “Éléor” es el territorio mítico semi inventado -el nombre se inspira en una agreste isla danesa- en el que florece el arte dulce y profundo de un hombre que ha conseguido construirse un mundo mágico personal e intransferible en el que nos invita a entrar. Susurrando, sin aspavientos. Desafiando con delicada belleza el griterío en que vivimos.

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