Ante la profusión de voces femeninas adscritas al canon estilístico de las cantautoras, no podrá negarse la ocasional falta de motivación que pueda llegar a sentir el oyente, más causada por el segundo aspecto (cantautora) que por un género (femenino) que nunca debería prejuzgarse, ni siquiera ser motivo de comparación. Pero precisamente esa previsibilidad en muchos de los lanzamientos recientes, hace que se reciba con fascinante conmoción la dulce inquietud que transmite un disco como el de Elena Setién.
La donostiarra vuelve a su tierra veinte años después, tras haber desarrollado una carrera alternativa en ciudades como Londres, Barcelona o, principalmente, Copenhagen. Es allí, en la capital danesa, donde se ha hecho con un nombre habitual en los circuitos cercanos al jazz o las músicas alternativas, ya sea en solitario o bajo el paraguas de Little Red Suitcase. Ahora, de vuelta a casa, demuestra su excelente capacidad de selección al contar con Mikel Azpiroz y Karlos Arancegui para sacar adelante este fascinante "Dreaming of Earthly Things".
Inquietud comentada por ese mucho más allá que se intuye en una voz con el grano propio del blanco y negro, unas sonoridades asentadas sobre unas teclas y resto de instrumentos que demuestran que menos es más, y una lírica nada superficial. Simplemente ese inicio con "Someday, somehow", "Dream and Nightmare" (seguramente una de las canciones más soberbias del año) y "Rosildo", tres canciones dotadas de la fascinación extraíble de melodías llenas de personalidad propia, ya augura un paseo por la vereda del pop de hoja perenne. Y no es más que un soberbio inicio para un disco que crece y enreda, que desarma con sencilleces tan magníficas como “A foreigner like me” o “Pretty Sharks”, llegando el minimalismo de ésta a emocionar, engatusando al oyente con lazos de puro pop naif en “Back to where you started” o “Jigsaw Puzzles”, citando de frente a voces que hicieron de su personalidad parte esencial de la historia, de Nico a Billie Holiday, de Joni Mitchell a Vashti Bunyan, con los espíritus más “lynchianos” de Tom Waits cabalgando entre las canciones.
Inquietud trastocada en dulzura por el placer que supone sentir el haber llegado a ese trasfondo del disco donde reside toda la emoción y la verdad.
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