Quién le ha visto y quién le ve. De emotivo e íntimo cronista urbano a nuevo profeta de la música negra. Así, como suena. De aquel inigualable “Resurrection” (su obra maestra: básico y lúcido, directo a la epidermis; hip hop mágico, exento de coartadas soul y eclecticismo cargante), el Mc de Chicago ya no conserva ni la imagen. La incipiente barba que luce en la abominable portada de su “Electric Circus” y el concepto general de la misma (sí, guiño a The Beatles... bla, bla, bla) ya nos advirtió en forma de nudo en la garganta. Y luego el chaparrón: uno de los discos más estrepitosamente fallidos que nuestra memoria es capaz de recordar. No sólo por las desmesuradas pretensiones del rapper (erigido aquí en una hipotética mezcla de Jimi Hendrix, Prince, Sly Stone y Gil Scott-Heron que, pese a todo, anda más cerca de Lenny Kravitz), sino por el contenido en sí mismo: exceptuando las aportaciones de The Neptunes (aun así, el material más débil que ha entregado el dúo este año), el resto del álbum no deja de ser una vacía e incluso irritante propuesta de choque entre géneros y sonidos. Vergonzante (“New Wave”), infame (“Electric Wire Hustler Flower”), inexplicable (“Jimi Was A Rock Star”) o tedioso (“Heaven Somewhere”), “Electric Circus” sólo presenta un argumento claro y conciso: candidatura fija para figurar entre los peores discos del año.
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