acts of rebellion
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acts of rebellion

7 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 03-12-2020
Empresa — Domino / Music As Usual
Género — Electrónica

Música brillante para tiempos oscuros: así es como Gabriela Jimeno, productora y vocalista colombiana residente en Nueva York, define su primer álbum. Lo cierto es que, a sus treinta años, esta colección de actos de rebelión cotidiana que nos propone, un montón de pequeñas cosas a nuestro alcance en el transcurso de nuestro día a día, algo tan poco épico pero a la vez tan práctico como su decisión de titular todos sus cortes en minúsculas, como si preservara el factor mp3, revela que todo esto no es fruto de la suerte del debutante. Hay mucho bagaje detrás. Se curtió en el hardcore punk siendo una adolescente en Ratón Pérez, la ignota banda de su hermano; se mudó a Boston para cursar estudios en una escuela de Berklee con cuya competitividad extrema no congenió, y acabó aprendiendo a tocar la batería – la fuerte impronta rítmica es consustancial a su música– con Terri Lyne Carrington, percusionista (nada menos) que de Herbie Hancock. Y de ahí marchó a Brooklyn, donde descubrió el techno –Kraftwerk son una de sus influencias capitales, y se nota– y llenó su apartamento de samplers, teclados, sintes y toda clase de cachivaches a los que adora como si fueran animales de compañía.

Pero más allá de los sólidos mimbres, hay algo especial en estas diez canciones que, aunque fueron compuestas hace un par de años, encapsulan un mensaje especialmente necesario en estos tiempos: de hecho, es como si hubieran cobrado todo el significado al que estaban destinadas. Resuenan con singular vigor en un momento de estimas perdidas, de abrazos robados, de contactos físicos arrumbados en nuestras papeleras de reciclaje, de la urgente necesidad que tenemos de reivindicar el valor de lo colectivo y de recuperar esa ilusión en la res pública que se ha ido por el desagüe ante la miseria moral de la élite política. Y de hacerlo bailando, por supuesto. Hay algo especial en acts of rebellion, ya decimos. Bien sea por su voz susurrante, por su forma de combinar inglés y castellano (a veces en un mismo corte) o por la maquinalidad tan punzante y, a la vez, tan aparentemente orgánica y humana, que irradia esa forma de llevar el synth pop de dormitorio a otro plano. “No hay otra salida que luchar, no harás que paremos”, proclama en “megapunk”, todo un hit clubber en potencia. “No quiero dormir hasta que salga el sol”, sugiere la magnética “dominique”. O “no seas moderno, bailemos como mis abuelos”, reza a su vez la también hipnótica “tony”. Jugosas declaraciones de principios de una artista que quiere (y parece que puede) marcar territorio propio.

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