La bucólica portada del cuarto trabajo del vizcaíno Daniel Merino ya deja entrever por dónde van a ir los caminos en su interior. “El placer de no hacer nada” es pasto de la tranquilidad de Jackson Browne después de haber sido militante y correcaminos por estampas desérticas y asfalto. Claro, pero ese tipo de cosas no salen por ciencia infusa, sino que hay una mano detrás, en este caso la de Hendrik Röver en la producción. El resultado es un disco tranquilo y de raíces, con tendencias country en “Como dos delincuentes” y juegos de tradición americana con “En la oscuridad”. Realmente se erige como una declaración de intenciones en contra del ruido y la ciudad, buscando el letargo de una persona que ha decidido ser lo que es: un músico.
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