Quentin vuelve a convocar a sus Zíngaros y la caravana galáctica comienza a rodar sin tocar el suelo, abriendo de nuevo el tarro de las esencias y desprendiendo mil colores y olores que se mezclan y ensucian con la naturalidad y fuerza que baja el agua clara del monte, con la incansable pasión creativa que devora y renace del fuego. De la raíz profunda a las ramas que se alargan más allá de las estrellas. Dieciséis pistas en las que el mundo se quema, el exterior y el interior, el que borbotea y te (re)mueve, el que te tumba y te hace resurgir cuando menos te lo esperas, el que duele y reconforta, el que palpita en cada herida y cicatriz vital, el que sana (hasta próximo aviso) con el despegue explosivo de una nueva aventura. Vanguardia y pureza que se sabe y siente impura, hija del camino de las alegrías y la penas, de las culturas que comparten y se funden sin perder su esencia, desde el respeto y dominio de la tradición que dejó atrás el miedo, cualquier límite o frontera, para crecer y seguir volando. Arte siempre errante y efervescente, vivo e indomable, en constante transformación y movimiento. Así, por bulerías, seguiriyas, tangos de Triana o corralera de Lebrija, gachos, gitanos y culturas mil de la mano, se funden y enriquecen sus universos en “El mundo se quema”, como la hierbabuena en un buen puchero, mezclando géneros y tendiendo puentes creativos, de la electrónica al flamenco, de la psicodelia al folclore andaluz con aroma a cardamomo, romero o azahar sevillano.
Se inicia la fiesta de compás con una rompedora “Amén” que nos hace levitar en pocos segundos, con coros góspel (Ekainim y Concha Vargas, matriarca y gran dama gitana del baile flamenco a la cabeza) que abren los mares entre riffs de guitarras, sintes, cornetas y tambores (Banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas de Triana y el omnipresente Enzo Leep a la producción); desembocando en el lamento profundo y rocoso de “El Penal”, seguiriya de Manuel Torre que en la boca del maestro Perrate (bisnieto del Niño de Jerez) sabe a sangre, con Playback Maracas y Quentin haciendo que todo gire en un tornado rock zeppeliano.
“Y es que tú no me echas cuenta / y a mí me vuelven loco tus hechuras”. Los desencantos y mal de amores siguen su curso psicodélico con regusto a King Gizzard & The Lizard Wizard y sonidos de Anatolia en “Hechuras”, para continuar intercalando colaboraciones estelares en temas que son pura combustión instantánea: De la hechizante bola de fuego rítmica y sintetizada de “Säkais”, con ecos de oriente y en la que es imposible no caer en bucle, con extra de poderío vocal de la mano de Miguelito García (DMBK) y una letra que te araña por dentro (“Hoy he notado en tus ojos, / cariño mío, que no me quieres… / Y ha sido como una cruz / que llevaré hasta la muerte. / Y yo no sé que voy a hacer, / no sé que voy a hacer, / si mis ojitos cuando ya se duermen / sólo piensan en ti…”); pasando por la jondura compartida con otra de las voces flamencas y rockeras más genuinas de la actualidad, Cristian de Moret, en la bulería eléctrica “La trenza de tu pelo negro”, hasta llegar a otros dos duetos cumbres: los quejíos pop (inicio a piano que corta la respiración) de la desgarradora, sincera y doliente “El Calvario”, junto a un Noni (Lori Meyers) a tumba abierta, con otra afiladísima letra (todas las del disco, a excepción de fragmentos populares, firmadas por Quentin, rezumando sensibilidad y creatividad al alcance de pocos), y, en el siguiente parpadeo, la atmosférica y lisérgica “El Volcán”, con Annie B Sweet capitaneando la nave espacial, con aroma a Temples y Tame Impala, pero siempre con personalidad propia y ahondando en el lado izquierdo del pecho: “Todo lo que empieza se acaba, / mi amor por ti también… / Luego no digas que no te lo avisé, / bésame y aprovecha / antes de que el volcán se apague”.
Y justo antes, dos joyas de la corona más, un “Seven Nation Army” flamenco en el que se parte la camisa Jack White cada vez que suena, “La Virgen de los Dolores”, y esas “Fatigas” que nos acompañan, con unos teclados espectrales y una lágrima brillante en la garganta que hace que sonrían Jesús de la Rosa, Juan José “Tele” y Eduardo Rodríguez Rodway, con el espíritu de Triana por los cuatro costaos.
Hay tiempo para seguir desatando genialidad y duende por bulerías en inglés con “Sentencia”, acompañado por la guitarra flamenquísima de su hermano Curro Vargas, o para arrancarse con unas personalísimas corraleras de Lebrija en “Paripé”, hasta llegar al cierre en otro exceso de pellizco, flamencura y emociones a flor de piel en la bellísima y crepuscular “Cuando tú te mueras todo va a seguir igual”, con Future Ark a la producción y un nuevo inicio desnudo a corazón abierto, con Quentin al piano y a viva voz, para después volver, a fuego lento, a despegar la nave y sobrevolarnos, tornando en una mágica y onírica banda sonora de latido clásico, psicodélico y coplero por igual, que termina por abducirnos sin que nos demos cuenta.
El arte se le cae de los bolsillos y, sabiendo que es un animal de escenario, los directos de este sobresaliente “El mundo se quema” de Quentin Gas & Los Zíngaros, se antojan acontecimiento destacado al que no se debería faltar bajo ningún concepto. Y es que, es difícil (o imposible) vaciarse tanto y dar más en un disco. Sin lugar a dudas estamos ante su mejor trabajo y uno de los lanzamientos nacionales del año.
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