El Lugar de Arder
Discos / Syd Depalma

El Lugar de Arder

7 / 10
Salomé Lagarés — 28-12-2023
Empresa — Raso Estudio
Fotografía — Archivo

Una gigantesca y compleja estructura reptiliana zigzaguea en la portada de “El Lugar de Arder”, el álbum debut de Syd dePalma, pseudónimo de Milton Castellar. La pieza, firmada por el dúo artístico Robuche, sugiere el surrealismo onírico de Dalí o Yves Tanguy: parajes desérticos que se antojan infinitos, habitados por criaturas y construcciones informes, ilógicas e inquietantes. Es una buena representación del proyecto: un largo experimental de apenas media hora donde se entrecruzan prog-rock, post-punk e incluso algunos episodios aflamencados para narrar una especie de viaje del héroe febril y tortuoso.

Concebido precisamente como un peregrinaje transformador a través de un universo inspirado a partes iguales por nombres como Alejandro Jodorowsky o King Crimson, “El Lugar de Arder” es un ejercicio de texturas que funciona casi exclusivamente como la suma de sus partes —a excepción de un par de pistas con estructuras más claras y directas, el disco se mueve a un ritmo lánguido, como el de un animal agonizante, y con amplia reverberación, guitarras alicaídas, percusión electrónica y cascadas de sintetizadores describe entornos pesadillescos, vastos y yermos. Una ominosa explosión de metales o palmeos lejanos atraviesan de vez en cuando la oquedad, como un deslumbramiento momentáneo, pero generalmente los temas reptan y se funden unos con otros, dibujando siluetas espeluznantes e intrigantes a partes iguales.

Líricamente, dePalma juega la baza de Cocteau Twins y sus cavilaciones están en su mayoría ofuscadas por pronunciaciones extrañas e intensas modulaciones, sonando como jerigonzas cautivadoras, como el lenguaje de las serpientes —instintivamente conmovedor, pero textualmente carente de sentido. Cuando su voz se filtra y se vuelve inteligible, el artista habla de un pasado vicioso y atormentador, de arrepentimientos que se manifiestan como una sombra que uno no puede eludir y que amenaza con engullir el presente. Las mismas reflexiones aparecen aquí y allí —“Sigo viendo tu vacío amargo / Y no quiero obedecer / Porfa, tírame un tiro largo / Que voy a enmudecer”, canta en “de la Isla” y después de nuevo en “cielo quemao”, esta vez en clave más indie rock— confiriendo peso a la sensación de estar atravesando un sueño, donde la secuencialidad bien es inexistente o poco importante.

Aunque en su sección final “El Lugar de Arder” parece ceder ante la oscuridad con los quejidos lúgubres de “Serpientes y Palomas”, el estallido de “tormentos artificiales” traza un camino hacia la luz, un despertar permanente en el que dePalma entiende que su verdugo no es más que una invención, una extensión de su culpa. Esta última pista es un canto liberador que, además de redimir al protagonista, nos invita a seguirlo en su nueva y luminosa travesía. Solo queda ver cómo Syd dePalma se enfrentará a ella.

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