Las autopistas del eclecticismo y sus consabidos peajes –vías muertas, de sentido único y trazado circular- han sido el principal motivo de extravío en el camino de los madrileños. Haciendo honor a su nombre, irresolutos entre la supuesta vanguardia y el rock veraz, Hamlet parecían incapaces de equilibrar modernidad y clasicismo en sus trabajos, lo cual nunca fue óbice para que estos puntuaran siempre por encima de la media del metal nacional. Y es ahora -con el quinteto confiando plenamente en la potencia expresiva de las guitarras de Tárraga y Sánchez (aunque la producción del afamado Colin Richardson les proporcione excesiva cuota de pantalla), con la banda ralentizando y simplificando un entramado rítmico que antaño se antojaba confuso y con Molly decidido a dotar a sus textos de una mayor profundidad y una menor obviedad (a pesar de “Denuncio A Dios” y “No Me Arrepiento”, explícita la primera, poco verosímil la segunda)- cuando nos encontramos con el disco más creíble y visceral de un grupo pionero a la hora de adueñarse de esquemas impensables en un panorama otrora estanco e impermeable. Y el mérito, que nadie lo olvide, es suyo. Sólo suyo.
I think you hit a bulyesle there fellas!