El hueso y la carne

Esta vez no han tenido que pasar ocho años. Dos han bastado para que Álvaro Muñoz entregue la continuación del notable “Sequentialee”, el disco que le devolvió a la actualidad tras un largo silencio. “El hueso y la carne” -segundo álbum para Mushroom Pillow y cuarto de su carrera- prorroga el estado de gracia que demostró en la citada reentré, y eso que el inicio con “Tiene que pasar” no pasa de tibio, a pesar de la robustez formal y de la batería de Eric Jiménez (Los Planetas), que ya le acompañó en directo meses atrás y ahora se suma a La Fábrica de Colores.

A partir de aquí, en los restantes treinta minutos, no hay peros que valgan: un trabajo de pop redondo y con aire de clásico, confirmando a Tarik como uno de los compositores más certeros de la escena nacional. Grabado en el planetario Refugio Antiaéreo, ha conseguido ampliar la energía sin perder el pulso melódico (“Tormenta esta noche”), adornándose además con alguna que otra sorpresa: “Anticipo”, que recupera a The Velvet Underground con un inicio prestado de “There She Goes Again”. Sin complejos. Luego engarza cuatro temas sobresalientes, cada uno a su manera: “Vuelta a los colores”, con sencillez y un hedonismo sin estridencias; la contagiosa “Subir al tren”; “Agosto, por ejemplo”, con un sonido limpio y la mejor letra del álbum (“esta es la historia de un amigo que no viene a mis conciertos, porque él está en el mundo de los vivos y yo en el de los muertos”); y “Antes de la niebla”, de fuerza contenida, toque autobiográfico y maneras de himno. Y para cerrar, tres cortes bien distintos: “Fontaine, Fontaine”, un pasatiempo acústico con enjundia; la casi punk “La ascensión de Lupo”, con gran potencial para el directo; y “Nadador”, tendiendo puentes entre Chopin y Jobim, y apuntalando con algo de psicodelia un disco en el que Tarik vuelve a dar en el clavo (y eso que en Mushroom Pillow dicen que cuesta meterle en el estudio).