Abel Hernández sube la apuesta respecto al más que notable "Capital Desierto" (Intromúsica, 2019), desafiando la previsible comodidad del oyente con un disco más áspero pero igual de intrigante que su predecesor, quizá no tan certero a la hora de definir dianas melódicas pero sí con más planos de lectura. Con más pliegues, con más referencias. Un trabajo exigente, que se alimenta con más ahínco aún (si cabe) de ese pálpito digital que tan lejos le sitúa ya de Migala, Emak Bakia o de sus primeras entregas como El Hijo. Más que una reinvención, prácticamente se puede hablar en su caso de que ya es otro músico.
Líneas de sintetizador que remiten a unos ochenta filtrados a través del eco hipnagógico, ritmos arábigos, synth wave con autotune, interferencias ruidistas, infecciones trap y alusiones a Aphex Twin (“sonando a 33”), al dembow y al reggaeton pueblan un disco en el que las colaboraciones están perfectamente trabadas y tienen un sentido que va más allá del detalle cosmético, desde los sintes de Juan Carlos Roldán a las voces de Lauren Casline, Jorge Pérez (Tórtel) o Rodrigo Cuevas.
Quizá no todas sus ideas estén igual de bien resueltas, quizá coexistan momentos que puedan hacerse bola en la garganta del oyente en una primera escucha con otros que fascinan muy a bote pronto, pero aquí el valor, como se decía de los militares, ya se le supone de partida. Y no son muchos hoy en día los discos que invitan a darle al replay en el intento de sacarle todo el jugo. Que en este caso es mucho.
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