Voy a empezar fuerte y al que me nombre a Nacho Vegas para hablar de este disco le meto una ostia, Así, sin contemplaciones. Que para eso soy el disturbio más señorial que te puedes echar a la cara. Y sí, conozco y admiro a Julio De La Rosa. ¡¿Qué pasa?! No puedo decir que seamos íntimos, pero sí que respeto toda su obra sin concesión de ningún tipo.
Voy a empezar fuerte y al que me nombre a Nacho Vegas para hablar de este disco le meto una ostia, Así, sin contemplaciones. Que para eso soy el disturbio más señorial que te puedes echar a la cara. Y sí, conozco y admiro a Julio De La Rosa. ¡¿Qué pasa?! No puedo decir que seamos íntimos, pero sí que respeto toda su obra sin concesión de ningún tipo. Me gusta y mucho su época como El Hombre Burbuja -si el mundo es justo, que no lo es, algún día será revindicada como merece- y también soy de los que hizo el esfuerzo de adentrarse en sus últimos trabajos, aunque eso requiriera arremangarme “neuronalmente” más de lo que acostumbro. Pero ahora es otra cosa. Julio ha entregado diez deliciosas canciones con el aire melancólico y algo arrabalero del mediterráneo (ese casi omnipresente acordeón) cuya estructura e instrumentación de apariencia simple, sirven para que te transporte a su universo. Una carga lírica, bella, rica e intensa. Tan intensa como las ideas que destila: amor, locura, inspiración y mucha vivencia emocional. ¿Acaso hay otra forma de vivir que no sea a través de las emociones que nos proporcionan los sentidos? Una obra que coloca al gaditano a la altura de intérpretes como Corcobado, Calamaro y Bunbury, sobre todo a la hora de tramar grandes historias. Relatos como “Caradura” “Amigos de mirar”, “No era uno de esos locos” o “La Cama” con personajes entrañables que son muchos, pero están en él.
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