El Niño Gusano son una camisa preciosa, de esas que se pueden poner poco, porque, enseguida, todo el barrio se entera de que la tienes. Por eso, no quisiera estar en su pellejo: publicar tres discos con esa fórmula magistral tan marcada es una completa heroicidad, sobre todo teniendo en cuenta que este último resulta ser el mejor de los tres (y medio, si vemos estrellitas).
Había que desconfiar de ellos. Estamos en los noventa y la sobredosis de estilo propio ha llevado a la tumba a más de uno, pero El Niño Gusano han continuado caminando -sin guión ni final- por su propio camino, a un paso de imitarse a sí mismos. Finalmente han llegado a una meta volante en la que han prescindido de parte del cortinaje rockero anterior y se han empeñado en disfrazarse de si mismos, algode lo que deberíamos aprender todos un poco. Musicalmente, se acercan, probablemente sin quererlo, un poquito más a la psicodelia clásica y le dan dos capotazos a esos modernos redescubridores del surrealismo forzado en los que piensas. Las letras son, eso sí, un poquito más amargas y tristes que en anteriores discos. Pero debe ser lógico, porque deben estar ya hasta las narices de que les comparen con una orquestilla de circo. Y ahora, ahora es cuando no sólo son el mejor grupo español, sino que además lo parecen.
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