Ajeno a modas y tendencias, en pleno auge de formatos cortos (sencillos, Ep’s…) que respondan al modelo digital del usar y tirar, Enrique Villarreal continúa con sus lanzamientos grandilocuentes, que recuerdan irremediablemente al Andrés Calamaro más desatado (aquel de la era “El salmón”). Y es que, si su anterior trabajo de estudio, “Demasiado tonto en la corteza" (13), fue un disco triple y su contrapartida en directo –“Un día nada más” (16)– se compuso de dos CD y dos DVD, su nuevo lanzamiento es un álbum quíntuple. Un total de cuarenta y dos canciones (Leño editó menos en toda su discografía) repartidas en cinco discos, cada uno de ellos bautizados con un “timbre” distinto y con el artwork de un artista diferente, acuñados todos bajo un verso de Leopoldo María Panero: “Solo quiero brujas en esta noche sin compañía”.
Abre “Timbre acústico. Sale la luz”, que tal y como avisa supone la faceta más desenchufada del músico navarro. Siete cortes de los de tocar sentados en una banqueta, con frases lapidarias como “Somos los bastardos que dejaron de llorar” en “Tienes dos manos”. “Introxicación” se encarga enseguida de dejarnos claro que el segundo CD, “Timbre oxidado (Europa). Pinturas de guerra”, es el de la caña, en contraposición al primero. Una decena de canciones cargadas de distorsión, riffs gordos y hardcore en la sección en la que seguramente Brigi Duque (cantante y guitarrista de Koma y baterista en esta aventura) haya tenido más que ver. Aunque también incluye momentos para el descanso en temas como “Se termina ya” u “Hoy me esperan las sonrisas”, con la voz dulce y melódica de Carolina De Juan poniendo el contrapunto perfecto a la de Enrique.
“Timbre canalla y de bullanga. El arrabal que tiembla” supone el redondo más rythm & blues, con devaneos tabernarios y tangueros. Cada uno de los nueve cortes del cuarto disco, “Timbre fundido. Circo sin hogar”, presentan a uno de los personajes de un circo ambulante inspirado en el cuento Fénix de Julio Ramón Ribeyro, con lo que aquí la narración cobra protagonismo frente a una música que se permite experimentar con los sonidos más industriales y electrónicos. Ópera rock con reminiscencias a la película “Freaks: La parada de los monstruos” de Tod Browning. La obra se remata con “Timbre equivocado. Deja que me agite en la frontera”, un cajón de sastre en el que podremos escuchar desde baladas a piano (“No puedo correr”) hasta guitarrazos (“No sabe lo que tengo dentro”). Seis años después de su anterior trabajo de estudio, El Drogas más incontenible se despacha a gusto (con poesía, reivindicación social y repaso a la actualidad más sangrante en las letras y su hard rock con todo tipo de concesiones en la música) sin importarle cuántas personas son capaces a estas alturas de sentarse a escuchar durante más de dos horas el mismo disco.
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