En el otoño del 2.000 Josetxo Ezponda graba junto a su escudero Alfonso Asio, que fallecería sólo tres meses después, y el batería Carlos Beroiz lo que podía haber sido, y no fue, un disco para “Subterfuge”. Veinte años después “Hanky Panky” recuperaba el álbum para que podamos palpar como El Bicho atravesaba un puente hacia lo que llamaba “la suavidad”, que en su caso se acoplaba divinamente a distorsión y electricidad. Para Josetxo probablemente había llegado el momento de una nueva esperanza, pero tristemente se quedó en una última gran decepción.
A decir verdad, tuve la oportunidad de escuchar estas canciones años antes de su edición actual gracias a Iñaki Orbezua, quien a la postre rescató el álbum con su sello Hanky Parky. Y debo reconocer que la primera impresión me dejó un tanto insatisfecho, tan mal acostumbrado, tan enviciado a "Color hits" (1989) o "Bitter pink" (1991) durante muchos lustros. Pero esa sí que era una comparación odiosa, y tan injusta como fuera de tiempo y de lugar. "Doberman yoghourt" era (y es) Josetxo digeriendo el paso implacable de los años con una sabiduría y un reconocimiento interior encomiables. Porque está todo su imaginario musical y literario, y a la vez hallamos a un músico que avanza sobre sí mismo, que recoloca las piezas de un puzzle donde lo melodioso se alía, combate y se esfuerza por hacerse oir en un camino pedregoso de desfiguración, conceptualización y búsqueda continua.
Es precisamente en esa batalla íntima donde hay que colocar cualquier escucha. En su honor, recalcar también cómo el tiempo ha jugado a su favor, cómo dos décadas después, su brillo y toda esa belleza extravagante adquiere un tono crespuscular que nos ayuda a divisar su sonrisa socarrona y cómplice desde la misma tumba que comparte con aquellos otros kamikazes pálidos a los que admiró y con los que ahora reparte cátedra y eternidad.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.