Con este tercer disco se confirma a Egon Soda más allá del grupete de amigos, forma en que iniciaron la aventura hace ya muchos años. El proyecto en el que Ricky Falkner toma la cabecera es una palpable realidad que destaca (y mucho) entre eso que se ha mal llamado indie-rock nacional. De entrada, Egon Soda no olvida el rock clásico en sus parámetros estilísticos acercándose al rock americano o al soul sin rubor. Parapetado en las excelentes canciones de un álbum que da la sensación de haber sido trabajado hasta la saciedad, el grupo parece tener mucho que decir, y lo hace.
Las letras transmiten y las músicas se convierten en el complemento perfecto para la emisión del mensaje. Buscan la poesía en la lírica, pero también llegar al oyente, simplemente, a través de sensaciones simplemente sonoras. Y de esa forma han conseguido parir uno de los discos que, sin duda, estarán en todas las quinielas de lo mejor del año.
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