El sexteto afincado entre Barcelona y Madrid Egon Soda sigue a lo suyo. La calidez de una propuesta en la que hacen propias influencias como el rock atemporal, la americana, el pop, el soul e incluso el funk elegante, brilla en un quinto disco donde llevan todo lo lejos que pueden su personal propuesta. Lo hacen a partir de un sonido delicado, ricos matices instrumentales y las poéticas y elocuentes letras de Ferran Pontón cantadas por la voz profunda de Ricky Falkner. Es la expresión de la madurez de unos amigos que hace ya mucho tiempo que no tienen nada que demostrar, y que necesitan por encima de todo darle un abrazo musical a esta humanidad golpeada por tantas desgracias.
Quien busque estridencias o experimentos se ha equivocado de disco. Es un trabajo complejo hecho con todo el cariño del mundo por parte de músicos tan curtidos como melómanos, que es mejor degustar en su integridad y sin las prisas de esta era de incontinencia digital y demasiadas prisas. Un doble, pues, a contra corriente –y más con la que está cayendo–, compuesto por doce canciones a menudo largas. A partir de un sonido exquisito cocinado en el precioso estudio residencial La Casamurada, cortes como la cinematográfica “La canción de todas las canciones”, “Todo lo que sangre” con su arpegio de guitarra infinito, o la delicada “Ortigas en tu nombre” tienen ese poso clásico que se aprecia más según uno empieza a ver el mundo con ojos más serenos y necesita menos rapidez y más hondura.
Egon Soda no tienen empacho en seguir recreándose sin aspavientos en su versión propia del funk rítmico y el soul, algo que no es nuevo, y que les permite divertirse en canciones como la pieza central “Como si los pianos se afinaran solos” o “Sendero luminoso”. Hay momentos intimistas acústicos (“Ego me absolvo”, la preciosa “Bellaurora”) e incluso coqueteos con el indie maduro con un punto esquinado (“Autoretrato con fracaso al fondo”), que en su conjunto completan el que podría ser su disco más inspirado.
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