¿Qué esperas de un disco en solitario de Eddie Vedder, incombustible líder de Pearl Jam? ¿Que suene al grupo de Seattle? ¿Que no se parezca en nada? ¿Que explore sonoridades bizarras? La respuesta a las dos últimas preguntas la encontramos en discos como la maravillosa banda sonora de “Into The Wild” y en el más bien soporífico “Ukulele Songs”, o en temas como “The Long Road”, en la que compartía protagonismo con el legendario Nusrat Fateh Ali Khan. Sin embargo, “Earthling” es el disco que más bordea la esencia de Pearl Jam, como una aceptación sonora de algo inevitable, codificado a lo largo de treinta años.
Hacernos estas preguntas quizá ayude con la gestión de las expectativas, o sirva para descartar el disco inmediatamente por tener pinceladas de eso que despectivamente llaman “dad rock”. Un Vedder de cincuenta y tantos se rodea de colaboradores como Stevie Wonder o Elton John, junto a una banda, The Earthlings, en la que figuran nombres como Chad Smith a la batería o Glen Hansard a la guitarra. Pero no son necesarias, porque desde el primer momento queda claro que estamos ante una carta de amor a todas aquellas referencias musicales que inspiraron al cantante; ese joven de Chicago que reconocía que “Quadrophenia” de The Who le había salvado la vida. Así, “Earthling” es un disco que cierra un círculo, quizás varios. La aceptación es clave para entender que la furia y la angustia de los noventa ha dado lugar a otro tipo de reivindicación y que sería ridículo que Vedder, así como Pearl Jam, no hubieran evolucionado ni un ápice. Círculo completo en lo que se refiere también a las influencias que han marcado su carrera, con los ya citados The Who, pero también un Tom Petty más vivo que nunca en temas como “Long Way”, con Benmont Tench, miembro de los propios Heartbreakers, a los teclados; esos bailes en la oscuridad springsteenianos de “The Dark” o una versión anticapitalista y 2.0 del “All The Young Dudes”, de Mott The Hoople, en “The Haves”.
“Earthlings” es un disco que gustará a los que siguen recuperando los primeros álbumes de los de Seattle, con cortes como “Good And Evil” que nos traen lo mejor del “Lukin” de “No Code” y los crescendos del “Whipping” de “Vitalogy”. Esa segunda mitad del disco saca su punch con “Rose Of Jericho” en un tema un pelín sobreproducido en la que la percusión casi engulle el frenetismo de Vedder, la cara amable del punk rock. Y enérgica también es “Try”, con un Stevie Wonder espídico a la harmónica y mucho más soleada. “Brother The Cloud” aparca las letras crípticas para hablar de la pérdida de un hermano, presumiblemente Chris Cornell, en un canción que bien podría estar en el repertorio del grupo. “Picture”, junto a Elton John, y “Power Of Right” (con ese muro de sonido que recuerda al “Supermassive Black Hole” de Muse), aportan poco al disco, mucho menos que la beatleliana “Mrs. Mills”, homenaje a la pianista Gladys Mills.
“When we love, we are invincible”, repite al principio y al final del disco, cerrando un círculo más, el de la aceptación de la historia de su vida, capturada en la ópera que fue “Momma-Son” (“Alive” + “Once” + “Footsteps”), ya que en “On My Way”, canción que cierra el disco, Eddie Vedder samplea la voz y trompeta de su difunto padre, creando un tema delicado y atmosférico, heredero de rarezas como “Arc” de “Riot Act” o parte de su “Into The Wild”. No es “dad rock”, es un buen disco de alguien que avanza con sus propios demonios, fortalezas y vulnerabilidades.
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