Tras sufrir múltiples cambios de formación desde sus orígenes en 2003, este producto musical británico, ahora reducido a dúo -Gwenno Saunders y la nueva incorporación, Ani Wintour-, publica su segundo álbum tras “We Are The Pipettes” (2006). Su fórmula sigue siendo la misma: canciones pop en la onda de los grupos femeninos de los sesenta, pegadizas y hechas para romper pistas de baile. O lo que es lo mismo, canciones sin chicha ni limoná, pachangueras, de ritmos predecibles y estribillos facilones. El mayor cambio es sin duda una mayor presencia de ritmos propios de la música disco -“Ain’t No Talkin’”, “I Need A Little Time”, de lo mejorcito del disco- en detrimento de las melodías retro de su anterior álbum. Y poco más, bueno sí, que con este disco The Pipettes logran lo que pretenden: hacer bailar, sobre todo a gente sin complejos o a gente con complejos pero con catorce gin tonics a sus espaldas. Eso sí, melómanos y sobre todo gafapastas de pro, abstenerse de mirar ni siquiera de lejos la portada de “Earh vs. The Pipettes”, porque las consecuencias podrían ser devastadoras.
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