El joven de Louisiana despertó el interés del aficionado al alt-country más sosegado con un primer disco “Paupers” Field” (2010) que mantenía un nivel altísimo al contener temas de la talla de la espléndida “If I creek Don’t Rise”. El problema vino con un segundo disco “Cast The Samo Old Shadow” (2012) que no estaba a la altura del talento demostrado en sus inicios, y que relegaba a su autor unos cuantos puestos en un hipotético ranking de vaqueros plañideros de baladas tristonas con ese punto alternativo que te otorga el hecho de ser joven y fijarte más en artistas como Townes Van Zandt o el gran Mickey Newbury que en el country tradicional.
La buena noticia es que Dylan Leblanc recupera el pulso de su primer disco y entrega de nuevo otro interesante álbum en el que su voz, excelente y cálida, vuelve a planear por encima de su acústica y esos cuidadosos arreglos que embellecen sus tonadas y le dan al conjunto un tono de sosiego evocador. Si hay que poner alguna pega al álbum es que en ocasiones uno echa en falta alguna canción con un poco más de brío que rompa el tono de ensoñación en el que te sumerges con su escucha y que le da un barniz demasiado empalagoso si lo escuchas sin interrupciones, de principio a fin.
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