A todos los artistas con un mínimo de honestidad con su propia naturaleza les llega el momento crítico de la reinvención. A Low les llegó con “The Great Destroyer” (2005), pero parece ser que la crisis nerviosa que Alan Sparhawk sufrió durante su última gira por España ha llevado a que la tuerca se retuerza hasta asfixiar.
Low abandonan definitivamente su aproximación a la belleza desde la lentitud para abarcar un universo conscientemente oscuro, machacado por la realidad, opaco y emocionalmente extenuante. Y esta perspectiva ha tenido su consecuente reflejo en la música. Con Zak Sally sustituido por Matt Livingstone, y Dave Fridmann repitiendo en los controles, en esta nueva entrega su música pierde el factor orgánico, cercano, cálido, armando las canciones a base de austeros juegos rítmicos, loops y sampleados que provocan que el resultado resulte emocionalmente menos impactante, más aséptico, pero conceptualmente atronador. Tan solo canciones como “Dragonfly” dejan ver atisbos del pasado, ante una nueva etapa que nos hace perder algo en lo que los de Duluth eran únicos y maestros, la creación de una belleza sublimada desde el minimalismo y la cercanía emocional, sustituida por una apocalíptica y cruda visión de la creación musical, apreciable y estimable, pero que no disfrutan de la unicidad y excepcionalidad de trabajos pasados.
¿El signo de los tiempos? Demasiadas cosas como para que sólo le echemos la culpa a estos años que estamos pasando. En cualquier caso, disfrutemos.
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