El décimo disco de estudio de los Dropkick Murphys, “Turn Up That Dial”, debió haber aparecido el año pasado, pero los de Boston decidieron esperar a que se empezara a ver la luz al final del túnel de esta pesadilla mundial que hemos vivido en forma de COVID-19. Y es que si su anterior disco, “11 Short Stories of Pain & Glory”, trataba sobre la pérdida de amigos por culpa de drogas y adicciones, este “Turn Up That Dial" va sobre levantar los ánimos e intentar que la gente tenga un respiro tras tanta tragedia. Es un disco con un claro espíritu festivo, no lo podían sacar en medio de una pandemia porque está hecho para salir a incendiar la calle o para escuchar a todo volumen mientras se conduce.
Para una banda que es la segunda que se te viene a la mente cuando piensas en la etiqueta 'Celtic Punk', siendo la primera los Pogues, este disco es una confirmación de todas sus virtudes. A lo largo de sus 25 años de carrera han ido metiendo más elementos celtas, gaitas, mandolinas, acordeones o banjos, pero siguen tocando con la furia y la crudeza de quien hace himnos punk de tres minutos. Y es que estos tipos componen canciones para ser coreadas a voz en grito por su audiencia, todos sus estribillos están hechos para ser gritados por multitudes y por ello son una banda perfecta para el directo. Lo difícil es conseguir que esas canciones también resulten atractivas de escuchar en casa, en este caso, prueba conseguida, puede que estemos ante su mejor colección de canciones desde el lejano “The Warrior’s Code”.
El disco empieza por todo lo alto con la canción titular, una canción que suena exactamente como debería sonar una canción con ese nombre, le sigue “L‑EE-B-O‑Y”, un frenético homenaje a su gaitero, Lee Forshner, que parece destinada a ser una de las más coreadas en sus conciertos, “Middle Finger” comienza más celta pero rápidamente se acelera en una canción perfecta para levantar el dedo corazón ante todos los problemas cotidianos, “Queen Of Suffolk County” es casi pop, con estribillo pegajoso y, nuevamente, altamente coreable. Luego llega “Mick Jones Nicked My Pudding”, una canción que surge de una divertida historia que les contó su productor, Tedd Hutt, de cuando compartió estudio con el legendario guitarrista de los Clash y este se acabó comiendo su postre, Ken Casey lo convirtió en este divertido homenaje a los Clash y a Jones, con referencias, tanto en la letra como en la música, a su versión del “Police On My Back”.
Claro que la huella de los de Joe Strummer se puede apreciar por todo el disco, baste el título y la portada o ese momento en el que Casey grita: "3 minutes of fury I wish wouldn’t end... you were our sound, you were angry loud and raw" que parece dedicado a los autores de “White Riot” y “Tommy Gun”. La segunda cara no está al nivel de la primera, aunque tampoco se la puede considerar un resbalón. “Smash Shit Up” es el momento más destacado, siguen siendo unos rebeldes a los que les gustaría romper unos cuantos huesos, pero son capaces de haber recaudado casi un millón de dólares para caridad y para la gente de su equipo que se ha quedado sin trabajo por no poder dar conciertos.
Los aires celtas vuelven con “HBDMF” y el punk con su homenaje a Boston en la penúltima canción, “City By The Sea”, aunque básicamente todas las canciones fusionan con éxito los aires celtas con el punk más furioso, menos dos, la mencionada “Mick Jones Stole My Pudding”, que es puro punk, y el final con “I Wish You Were Here”, una sentida despedida al padre del cantante Al Barr, que pone punto final con una balada, después del desparrame inicial. Es una forma no solo de despedir a un ser querido sino que sirve también para recordar a todas las víctimas de la pandemia.
Es difícil que este vaya a ser un disco que le cambie la vida a alguien, musicalmente siguen bebiendo de los Pogues y los Clash, y, líricamente, están lejos de las profundidades de Strummer y McGowan. Eso sí, nadie les podrá negar el hecho de alegrarte la vida durante los 39 minutos que dura, algo que, bien mirado, tampoco está nada mal.
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