En estos nostálgicos tiempos de reivindicación de la mítica escena de Laurel Canyon –ya sea mediante documentales como el conducido por Jakob Dylan o a través de libros tan recomendables como el firmado por Barney Hoskyns–Jackson Browne destaca sobre sus compañeros de generación por seguir firme al pie del cañón (que no el Canyon), contra viento, marea, pandemia, paso de los años y demás elementos adversos.
Así pues, cuando no falta mucho para que su disco de debut cumpla medio siglo ya, lejos de enfrascarse en celebraciones de aniversario, aquí le tenemos de nuevo, como si nada, facturando canciones llenas de mensaje, vitalidad y una sostenida mirada al frente. Todavía reivindicativo, siempre reflexivamente humano y, a nivel instrumental, fiel a los patrones y al sonido a que nos ha acostumbrado con sus catorce álbumes anteriores.
Arranca vigoroso el disco con el sonido de la batería de “Still Looking For Something”, toda una declaración de intenciones. No es hasta el siguiente tema, el brillante “My Cleveland Heart”, cuando la banda pone una marcha más y muestra la vertiente más enérgica de su director y, en esta ocasión, también productor. Transita después este cancionero por otros derroteros igualmente conocidos. Entre ellos, un dueto vocal con Leslie Mendelson en “A Human Touch” que no pasa de correcto y, a continuación, un flirteo con ritmos caribeños en una “Love Is Love” que, a buen seguro, contará con defensores (no me cuenten entre ellos, por favor).
Vuelven las guitarras al primer plano vía el trasfondo ecologista de “Downhill From Everywhere”, la composición que pone nombre al álbum. Estrofas en castellano irrumpen en “The Dreamer”, para abordar la problemática de la inmigración y, para entonces, sus fans de toda la vida ya dan por más que buena la entrega y se imaginan unas cuantas de estas canciones en sus próximos repertorios en vivo. El punto y final con sabor latino lo pone “A Song For Barcelona”, para que Browne salde cuentas pendientes con la urbe que le acogió cuando necesitaba recuperar su fuego y su apetito (según revela en la propia canción), entre citas a lugares de la Ciudad Condal, guiños a la rumba catalana, un apéndice de la canción con estrofas en catalán y muestras de agradecimiento varias.
En definitiva, la mejor noticia es que Jackson Browne sigue ahí, con cosas que decir y motivación para contárnoslas través de sus canciones. Sin salirse demasiado del guión y sin sorprender, pero también sin manchar su impresionante trayectoria ni decepcionar. Incluso, brillando intensamente en algún momento. Buen trabajo, Jackson.
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