Profundizando en la senda emprendida con "Ones And Sixes" (15), Low han despachado el trabajo más osado e impenetrable de sus veinticinco años de carrera. Es obvio que lo de servirse de la efeméride para regodearse en un complaciente reciclaje de enseñanzas del pasado no va con ellos. Ni siquiera el remezclado electrónico que varios músicos del ramo le dieron a su temario primerizo en "oWL (Remix)", aquel álbum de 1998, puede ser visto como un precedente. Así que se han puesto de nuevo en manos de BJ Burton –el cerebro en la sombra del último Bon Iver– para dar forma a once canciones que abren nuevos horizontes y desafían al oyente, tanto al recién llegado como al fan de largo recorrido. Puede parecer una idiotez, pero el hecho de que la palabra “always” se repita hasta en tres de sus títulos es interpretable como reflejo de una fidelidad a su propio instinto creativo que raya en lo maximalista, modulando esta vez su proverbial ascetismo en direcciones inéditas. Su inmunidad ante las expectativas que les rodean sigue alimentando ese aura de banda única, dueña de su propio lenguaje.
Es este un disco repleto de cavidades rocosas, a través de las cuales la claridad del día –cegadora tan solo cuando la garganta de Mimi Parker asume el primer plano, como en la levitante “Fly”, pináculo del tríptico que avanzó su contenido– apenas consigue abrirse paso a través de haces intermitentes y refractarios. Tanto ella como Alan Sparhawk (con la complicidad de Steve Garrington, su bajista desde hace casi una década, firmante aquí de la inquietante "Poor Sucker") dejan que sus voces se sometan a un arsenal de efectos digitales, diluyéndose entre un amasijo de interferencias de tacto rugoso y vocación abrasiva. Como si fueran barridas bajo un cedazo electrónico que crea un efecto opresivo, sin que el enigma que ha envuelto siempre a sus letanías se termine de evaporar. Paradójicamente, esta suerte de desconstrucción anda más cerca de una redoblada apuesta por el ruidismo con alma de Fennesz o de Fuck Buttons que del onirismo fragmentado de las últimas maniobras de Bon Iver o incluso Lambchop, dando lugar a un disco exigente que no se agota en sí mismo ni a base de prestarle una decena de escuchas en bucle.
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