Las horas claras

La discografía de Dotore sería el perfecto argumentario para dar la razón a quienes dicen que todo lo bueno se hace esperar. Pablo Martínez Sanromá ha publicado cuatro discos desde 2006, pero ni uno de ellos baja del notable alto. Como mínimo. Y cada uno ha supuesto un giro de tuerca respecto al inmediatamente interior: como si fueran acopios del tiempo transcurrido entre todos ellos, y no solo la plasmación de una foto fija, de un momento concreto en el tiempo. Como si no se pudiera entender este "Las horas claras" (Foehn, 2022) sin los ocho años transcurridos desde "Variaciones" (Sones, 2014), ni este sin los cuatro que pasaron desde "Los veranos y los días" (Discos Primo, 2010). Tal es la distancia que separa sus hechuras.

Como un mágico bucle, como si todo esto fuera una espiral de loops encadenados, el músico donostiarra afincado desde hace años en Barcelona plantea este disco como una experiencia de un solo instrumento. O de dos, mejor dicho: su voz y sus palmas, procesadas a través de un teclado midi. Jugando con el sentido de la repetición, llevando a su máxima cota de expresión lo aprendido de Arvo Pärt o Steve Reich, pero llevándolo a un plano de ensoñación pop que hace de estas doce canciones otras doce buenas razones para sentir que uno se sumerge en otra dimensión en la que apenas toca el suelo. Trocando la aparente frialdad del formato en intenso calor, como la pared abierta de un refrigerador que fuera tan blanco como esta portada.

Es su versión más esencialista y personalista. De nuevo cifrando sus minimalistas textos en experiencias personales, viajes, impresiones, el paso del tiempo. También la más sensorial. Una delicia sin parangón en nuestra escena. Un disco único, en definitiva.