En 2016, Dorian cerraban diez años cargados de éxitos con una grabación en directo, desde el Festival Arenal de Castellón, en la que demostraban tener un setlist repleto de temas coreables, capaces de hacer pasar un buen rato a la chavalería. Tocaba mover ficha y encarar la segunda década de la banda con ánimos renovados y con nuevas canciones que estuvieran a la altura de su legado.
Difícil tarea para la que se tomaban su tiempo –doce meses de intenso trabajo- y que ha dado como resultado un disco que demuestra la capacidad que tienen los catalanes para construir perlitas pop que lo son por sí mismas, más allá del evidente envoltorio electrónico, seña de identidad de la banda. Para ello han simplificado las estructuras, dejando a un lado pasajes instrumentales u otros ornamentos vacuos, incidiendo en una producción nítida, directa y clara. De esa manera Dorian han logrado uno de sus discos más homogéneos, un trabajo que la banda reivindica como un todo y que, como tal, debe ser escuchado del tirón y en riguroso orden. Solo así hallarás regalos tremendos como el fantástico dueto con León Laregui de los mexicanos Zoé en la esplendorosa "Duele", hasta llegar a ese broche de oro delicado y puro que es "Cometas". Un hito.
Si a eso le sumas que, en canciones como "Algunos amigos" o "Justicia universal", Marc se ha desnudado como nunca, sacando a pasear su pesimismo vital de forma explícita, nos encontramos que el quinto trabajo en estudio de Dorian es el disco más serio, reflexivo e intenso de su carrera. Un álbum construido de forma más poliédrica y en el que por primera vez el peso compositivo ha estado mucho más repartido y no ha recaído tanto sobre los hombros de Marc, dando la oportunidad a Belly (teclados) y Lisandro (guitarras) a aportar temas tan certeros como "Señales" o "Duele". Dorian querían mover ficha y lo han hecho sin perder por ello ni un gramo de identidad.
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