A Lhasa de Sela le preguntaron por qué cantaba en tantos idiomas distintos y cuál era el método para elegir uno u otro. Y la respuesta fue: "yo no soy quién decide en qué idioma voy a cantar una canción, lo mismo que una madre no decide si va a tener un niño o una niña. Son las propias canciones las que antes de nacer ya saben cuál es su idioma". A Dom La Nena le preguntaron exactamente lo mismo y contestó, sorpresa, de igual forma. Así que, al margen de ciertas conexiones musicales y hasta vitales entre ellas, también está el aspecto lingüístico a la hora de encarar sus canciones. Y que ambas son artistas mutantes que aprenden viajando. Dom La Nena llegó a París desde Brasil y ha sido en esa ciudad en la que ha forjado su carrera, una personalidad que se descubre a través de su voz y la delicadeza de su música.
Si Lhasa fue la hija imaginaria de Leonard Cohen y Nico, Dom La Nena podria ser su gemela. Si alguien duda, que se lo pregunte a Rosemary Standley, su socia en Birds On A Wire, proyecto de gran éxito en Francia y en el que hacen versiones de toda clase y procedencia. Un punto a favor de la brasileña es su versatilidad, la capacidad para adaptarse a cualquier terreno. Si con “Soyo” (159 destapó hace cinco años el tarro de las esencias con un álbum sencillo, pero en el que no dejaba de explorar, ahora va por el mismo camino, aunque con una particularidad: la obsesión por su violonchelo. Un instrumento que ha acompañado a Camille o Jane Birkin y que aquí goza de más protagonismo, haciendo cabriolas impensables. Eso sí, siempre dentro de la discreción, esa de la que siempre hace gala la propia artista. En estos tiempos en los que tanto cuesta soñar y la melancolía se apodera de nosotros, la música de Dom La Nena es fiel compañera. No cura, pero alivia. Oigamos con atención la astucia de “Todo tiene su fin” y "Quien podrá saberlo" (con Julieta Venegas) que cada cual extraiga sus conclusiones.
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