Arranca el primer corte y sabes que estás frente a ellos: una de esas composiciones que se construyen a sí mismas, que emergen desde los escombros, como la eterna “Blue Line Swinger” de Yo La Tengo (ese arquetipo), con la viola de Warren Ellis creciendo hasta desbocarse, la batería de Jim White entrando al tran tran hasta recabar velocidad de crucero y la guitarra de Mick Turner haciendo saltar chispas. Son los inimitables Dirty Three, doce años después de su último álbum, Toward the Low Sun (2012), resignados a que un proyecto que comenzó como troncal sea ahora secundario debido a las obligaciones que les dan de comer (fundamentalmente Nick Cave, para Ellis). No esperen novedades de calado en este noveno álbum, de título revelador y en las antípodas del cinismo (hasta el punto de que me ha recordado a aquel viejo hit mainstream de 1988 del dúo Climie Fisher, originalmente escrito para Rod Stewart).
Son seis ¿canciones? que comparten enunciado y discurren entre los cuatro y los diez minutos, solo distinguidas por su numeración, que se erigen en reconocible combinación de delicadeza y ferocidad. La segunda es una letanía conducida por el piano al servicio de una melodía disonante, que vaga a la deriva. La tercera afina el minimalismo de su fórmula e invita a la modorra y la desconexión mental, reconozcámoslo, por mucho que en ella se note el ascendiente que el trío australiano tuvo siempre sobre bandas como Godspeed You! Black Emperor (su rol como velados precursores del post rock da para un artículo completo). La cuarta revela un pulso algo más cinematográfico y más asideros a los que agarrarse por el perfil de su desfigurada melodía. Es en los crescendos de la quinta y la sexta (seis y diez minutos, respectivamente) donde brotan las mejores cualidades del triángulo equilátero, al que con gusto nos acercaríamos a ver en directo si se animan a disponer de nuevas fechas por aquí.
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