En la nota de prensa Cave tiende puentes entre su nuevo álbum y “Henry’s Dream”. Al parecer, los dos nacieron en su imaginación como discos acústicos a los que vestir con una interpretación furiosa a cargo de los Bad Seeds, pero en ambos casos determinadas circunstancias -en este caso la influencia del productor Nick Launay- electrificaron las canciones acercándolas un poco más al sonido habitual de la banda.
En la nota de prensa Cave tiende puentes entre su nuevo álbum y “Henry’s Dream”. Al parecer, los dos nacieron en su imaginación como discos acústicos a los que vestir con una interpretación furiosa a cargo de los Bad Seeds, pero en ambos casos determinadas circunstancias -en este caso la influencia del productor Nick Launay- electrificaron las canciones acercándolas un poco más al sonido habitual de la banda. En el caso de su decimocuarto trabajo de estudio, estas once canciones parecen la continuación lógica de “Abattoir Blues” -que no “The Lyre Of Orpheus”, mucho más lírico y conectado a la etapa anterior- y el reciente experimento Grinderman.
Esto es, Cave muerde más que retoza, aunque en esta ocasión la crudeza de las guitarras cede protagonismo al órgano de James Johnston, que lleva algunas composiciones -la titular y primer single, sin ir más lejos- a coquetear con el groove. También resulta llamativo el sutil trabajo de Warren Ellis -su lugarteniente tras la huida de Bargeld- cuyo violín, achicando espacios en segundo plano, resulta tan imperceptible como decisivo para la construcción del nuevo sonido de una banda de rock que, entre referencias bíblicas, estallidos de violencia y declaraciones de amor, no puede evitar sonar como siempre. Esto es, grandiosa.
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