Hemos tenido que esperar dos años para que Marcos Crespo nos haya regalado su primer álbum, trabajo excelso mediante el cual subraya todo lo positivo que nos había regalado hasta el momento y con el que también amplifica su imaginario estilístico a través de nuevas puertas, como las abiertas en las tres partes que sirven de columna vertebral para este “El arte de morir muy despacio”. A través de esta terna de canciones nos topamos con crisoles eléctricos que recuerdan a la belleza aurea de The Durutti Column, pero también pulsiones synth que nos arrastran hasta el abecedario fundamental depechemodiano. Tampoco podemos dejar pasar que la tercera, y última, de estas piezas es la más sobrecogedora que ha salido del cancionero ensamblado por tan ducho alquimista en hibridar diferentes generaciones musicales bajo un mismo paraguas. No en vano, dentro de sus diferentes metamorfosis, Marcos ya nos ha acostumbrado a sus colaboraciones con Rojuu, en single y en directo. Eso o atreverse con una versión de “Disorder” de Joy Division en directo.
Bajo esta misma perspectiva, Marcos ha volcado todo su genio en un excitante tablero de trucos houdinescos. Los mismos a través de los que, por medio de su pseudo spoken-word, es capaz de hacernos pensar en una versión de extrarradio vallecana de los primeros The Cure, pero también en cómo sonarían Décima Víctima pasados de lisergia dance-rock madchesteriana.
No hay límites para la evasión en estas once formas de vampirizar referentes y destilarlos como algo propio, adoptado de forma casual, en modo subconsciente. Uno a través del cual somos partícipes de una cosmología certera de la depresión sufrida por una generación perdida, de niños que no quieren ser niños y de veranos siembre fugaces. No hay escapatoria hacia la alegría, pero sí hacia la luz que surge de las sombras, y que nos hace bailar la depresión asumida como un acto de sumisión oxigenante. Despreocupación ante el control fantasma generado por esas caras de mierda de ciudades de mierda. Rabia y bálsamo descrito con elocuencia en piruetas hacia el interior de sí mismo como lo son ejercicios tales que “Voy a explotar” y “Fumando en mi funeral”. Pruebas definitivas del talento intransferible de un tipo llamado a hacer gestas (todavía) mayores. Por lo de pronto, aquí tenemos su primera obra maestra. Que no es poco.
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