Dena fue una de las pocas cosas buenas que apareció en nuestras vidas durante los meses más duros y crudos de la pandemia. Su primer paso discográfico, “Ezer sentitzeko”, apareció en octubre de 2020 durante una época oscura en la que la desesperanza se apoderó de nuestras calles.
Su debut fue un sorpresivo rayo de luz. Un trío de chavales de Ondarroa ponía en el mapa un disco en el que la juventud era clave para entender un ejercicio discográfico con regusto a maqueta debido a una estructura errática incapaz de ocultar los ángulos muertos.
No obstante, “Ezer sentitzeko” también era una pequeña maravilla que guardaba temas brillantes y que arrojaba una banda con un magnífico futuro por delante. Aquella obra tenía lo justo para que los ansiosos pidieran más gasolina que arrojar al fuego o, simplemente, más fuego para alimentar la chispa que había encendido Dena.
A las puertas del verano de 2022 el ansia y la espera por conocer el siguiente paso de una de nuestras bandas más prometedoras llegó a su fin. El difícil segundo disco estaba sobre la mesa y tenía que ser capaz de corresponderse con las expectativas creadas con su debut. Lo cierto es que, en un mundo sin presión, Dena pulverizó todo lo que podía esperarse de ellos. “Zure mugadun hutsune” presentaba todo lo bueno de su primer disco en un estadio tremendamente mejorado.
En este nuevo trabajo destaca la sorprendente madurez que Dena imprime tanto en la composición como en la ejecución. Cada giro estilístico o técnico enfocado en la composición es resuelto en la ejecución. Es como si la banda activase un diálogo entre lo que se pide y lo que puede ofrecer. Ese diálogo queda sobresalientemente expuesto a lo largo de estos nueve cortes. Se exige en la composición y se confirma en la ejecución asegurándose un resultado de alto octanaje.
Ahora Dena es un ente absorbente y enriquecido a cada paso. Sin vértigo, hijos de su tiempo, sin remilgos, hacen prisioneros gracias a su discurso musical, apropiándose de elementos del trap, del black metal y de referencias más claras y cercanas a su lenguaje musical. El trío bizkaitarra es otro de nuestros exponentes de eso que puede llamarse “música para sentirse vivo”. Música que no solo celebra la vida como acto mimético. Dena aborda su expresión musical como un acto global donde sentirse vivo es parte de la reflexión y, ésta, un camino que parte del dolor, de la impaciencia, de la tristeza, de la inseguridad, de la duda o de la frustración.
La primera canción del disco, “Mugadun hutsune”, es una especie de conversación de una sola persona en voz alta que nace ante una duda al borde de un precipicio. ¿Creativo? ¿Generacional? Nunca lo sabremos. La composición, sin embargo, avanza sin descanso, con paso firme, sin titubeos. La angustia azul envuelta en duda estalla en “Gil Drama” gracias a un estruendo que nace en las baquetas de Xabat Ituarte. El batería tiene que batirse el cobre para elevar el inicio de otra preciosa composición. Con la melodía como vehículo, la voz de Beñat Eizagirre retrata la mirada de alguien que ha de irse de algún lado porque, sin inocencia y aburrido de la lluvia, no ha encontrado más que pérdidas y preguntas.
La angustia del arranque da pie a un enfado más claro en “Bide batez”. Un tema, otra duda atormentada, que empieza apoyado en la fiereza pero que bira hasta convertirse en un estribillo cargado de emoción o en una guitarra que busca cobijo de la lluvia de invierno bajo la luz mate de una farola. Un atmosférico puente nos lleva a “Nada”, un homenaje a “Ezer sentitzeko” que aquí supone un acierto más que un hueco ineficazmente resuelto y que enlaza, de nuevo, con la batería de Xabat para cerrar la cara a con “Malva Rosa”. “Malva Rosa” es una oda escapista en la que Dena parecen más íntimos que nunca, bajando revoluciones y matizando los guitarrazos a las dosis justamente necesarias. Como si “Zure mugadun hutsune” se tratase de una obra en dos actos, “Malva Rosa” cierra el telón con una lejana distorsión sostenida.
En el inicio de la cara b Dena se mantiene en sus trece de ofrecer su lado más frágil. Y lo hace como formación de su tiempo. “Vivac bat” es un corte que frota tangencialmente su suave textura melódica contra el tronco del trap. Rimas entrecortadas para una balada generacional en la que cada gesto y cada capa ayudan a enriquecer el conjunto.
“Nola utzi negar egiteari?” quiere que recobres el pulso con una melodía y un fraseo pop y unas enérgicas guitarras ahogadas en melancolía. El trío de Ondarroa no deja un maldito hueco sin rematar, ni un segundo de canción sin sentido. Una nueva explosión llega con “Nanga Parbat”. De nuevo Xabat y su batería para un endiablado blast beat y una atmósfera black metalera que no es más que un matiz dentro de una composición apasionante en la que el oyente no puede más que preguntarse cuál será el siguiente rumbo que tomará la banda.
El disco se cierra con “Atzera bueltarik ez” que nos devuelve a la primera canción. Narrativa circular, desasosiego y miedo a las preguntas y las pérdidas. Escapar no ha servido de mucho. El corte nace en un choque de placas tectónicas que va calmándose hasta convertirse en un limpio arpegio y en una atmosférica línea de bajo de Unai Aretxabaleta. Y en estas, con el alma en los pies y la emoción hecha añicos, Dena ha decidido que vamos a seguir relamiéndonos las heridas. Irrumpe la garganta de terciopelo de Yeray Gascón (Habi) para un lacrimógeno fundido a negro. El post rock coge las riendas. La última nota queda suspendida el tiempo justo para que te seques las lágrimas y des las gracias.
“Zure mugadun hutsune” es un disco sobresaliente por lo que puede explicarse con palabras y por lo que inexplicablemente surge cuando nuestros oídos entran en contacto con sus surcos. Es riesgo y valentía. Dudas y preguntas sin respuesta. Melodías reflexivas y fragor juvenil. Es apuesta y acierto dentro de la misma moneda. Es parte del futuro de nuestra escena. De un futuro muy brillante al que nunca deberíamos renunciar. O de un pasado reciente que tuvimos hasta que decidió cesar indefinidamente.
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