Es recurrente la sensación de que Deerhoof es una banda ninguneada. Si bien en sus comienzos tuvieron el apoyo de nombres claves como Sonic Youth, Karen O o John Peel, no se los suele considerar tan importantes como lo que su visión del arte podría aportar. Al ser un grupo multicultural, sin reparos en entrar constantemente en riesgos artísticos y sin comprometer su posición política, conforman un combo de características que, aún sin escuchar su música, se puede pensar en que tienen varios valores agregados.
Pero Deerhoof no es una ONG, ni una escuela, así que deberemos limitar su valoración a su música. Y luego de una discografía nutrida -ya van 15 referencias de estudio- donde hay momentos para todos los gustos, se puede decir que música es lo que mejor saben hacer.
Luego de darle unas cuantas vueltas a su nuevo disco “Future Teenage Cave Artists”, hay sorpresas dentro de las no-sorpresas. Aquí siguen las disonantes bases que acompañan a la voz infantiloide de Satomi Matzusaki, con las variables de una máquina hecha con piezas ligeramente más grandes que la matriz perfecta. La voluntad de la banda de reinventarse en cada proyecto que encaran queda algo trunco en este intento, aunque se trate del primer disco conceptual de la banda y contengan también la particularidad de haber sido grabado con tablets y teléfonos, condición que se hace notar poco y nada a través de todo el trabajo.
Los tracks de apertura y ante cierre (el tema final es una versión de órgano de “I Call on Thee” de Johann Sebastian Bach) dan un buen resumen de lo que pasa en medio de ellos, durante los restantes nueve temas: la apertura, la canción que da nombre al disco, es un indie descarriado con armonizaciones vocales precisas, drama e inocencia. Comienza sucio y sentimental y se redime con un arpeggio bossanovesco en medio de una letra que invita a re pensar valores personales. Mientras que “Damage Eyes Squinting into the Beautiful Overshot Sun”, vuelve a traer a la mesa esa rusticidad grunge, esta vez modelada por algo de psicodelia prog y un obstinado riff rocker.
En medio, en el correr de los otros nueve temas encontrarás guitarras punzantes, polirritmia de todos colores, jazz polvoriento y distorsionado, atmósferas falsamente naive y una visión apocalíptica del mundo.
Así, los Deerhoof siguen dejando en claro que son un bicho raro, difícil de controlar, un ente artístico que quizá sea comprendido en un futuro al que ni siquiera ellos podrán acceder. Mientras tanto vale la pena prestarles atención; siempre enriquece el hecho exponerse a música que te exprima un poco las neuronas.
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