Tres años después de su alabado "Ten New Songs", el judío errante (del budismo Zen al estilo de vida sibarita o la religiosidad extrema) factura un trabajo de proceso espartano y sobrada solvencia. A estas alturas de su carrera, Cohen se maneja como mejor sabe hacerlo un poeta que ni ha sido comprometido, ni generacional, ni siquiera maldito.
Esa huella poética absolutamente personal le marca el itinerario mejor que nunca, demostrando que la pausa sublimada como ejercicio natural, orgánico, funciona a las mil maravillas fluyendo sin prejuicios innecesarios ni poses preconcebidas. Apesadumbrado en el cantar, a Cohen se le suman dos voces femeninas como el de Anjani Thomas o Sharon Robinson (sublime su dueto en “There For You”), habituales en trabajos precedentes y generadoras del color que, a veces, requiere el canadiense. Si, como afirmó él hace unos años, el poeta sólo se reconcilia consigo mismo cuando trabaja, aquí se pone de manifiesto el tiempo invertido. Sigue siendo un disco en el que el artista de Montreal vuelve a tropezarse a sabiendas con las piedras que guarda en su vitrina y recoloca a placer en el camino (corteja nuevamente a la mujer en su sentido más amplio, ironiza sobre si mismo con la reminiscencia del sabio monje, pero también reflexiona sobre la desolación del 11-S y el nuevo orden mundial). A destacar la labor del ingeniero de sonido Leanne Ungar , amigo personal del autor que entrega su saber hacer con la dificultad de plasmar la sencillez extrema y el instrumento más mimado de este álbum, la palabra. Como un mantra dulce, canción a canción se va colando en nuestros oídos el tranquilizador bálsamo de estos doce poemas, recitados tiernos de envidiable desgana.
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