Contempla uno la fascinante incursión de David Byrne y su nutrida tropa en el late night show de Stephen Colbert y basta para volver a cerciorarse de que este hombre juega en otra liga: ya no es solo que haya representado como pocos el genuino interés por una world music sin paternalismos durante años (Luaka Bop), que encarne lo mejor de esa progresía norteamericana que no se limita – como con frecuencia ocurre – a estar encantada de haberse conocido o que retenga un sentido del espectáculo que, a más de tres décadas vista de "Stop Making Sense" (Jonathan Demme, 1984), mantiene viva su capacidad para hipnotizar.
Es, sobre todo, el incorruptible deseo por no quedarse estancado lo que hace del escocés – neoyorquino de adopción – un personaje aún necesario e insustituible. Su necesidad de nutrir su argumentario de savia joven sin renunciar a sus señas de identidad, que en esta ocasión le sitúan más cerca de lo que haya estado en muchos años del fracturado poder de hechizo de los Talking Heads más exuberantes.
Su primer álbum en solitario en los últimos catorce años – desde "Grown Backwards", en 2004 – no brilla con la misma intensidad en todos y cada uno de sus cortes, pero el poder mesmerizante de sus mejores pasajes ya por sí solo basta para masillar sus pequeñas grietas y hacer de esta utopía americana un opus necesario. Más aún cuando llega envuelto bajo una coartada conceptual que aboga por poner buena cara al mal tiempo: se inscribe en Reasons to be Cheerful, una serie de conferencias – sí, el título contrae deuda con Ian Dury – que aboga por actitudes propositivas y sonrientes (que no cándidas) ante los despropósitos de la era Trump.
Las texturas electrónicas de “I Dance Like This”, el ritmo de soca de la luminosa “Everyday is a Miracle”, la agitación tribal de “Bullet”, la ensoñación en technicolor de “Doing The Right Thing” o el inmediato poder de contagio de “Everybody's Coming To My House” (su single más fulminante en ni se sabe cuánto tiempo) son algunos de los momentos más memorables – todos con el viejo conocido Brian Eno como lugarteniente – de un disco que también se beneficia, y de qué forma, de los siempre inquietantes arreglos de Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never) en “Here”, “Dog's Mind” y “This is That”. Como él mismo dice en la letra del primer sencillo, ninguno de nosotros dejamos de ser turistas en esta vida. Es la mirada particular de cada uno la que marca la diferencia. Y la suya sigue, por suerte, prendada de una inquieta lucidez.
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