La historia del rock, como cualquier otra historia, está repleta de personajes secundarios que de una manera u otra contribuyeron a la gloria del artista principal, sin que muchas veces el tiempo o el destino les recompensara como merecían por ello. Me refiero a gente como el malogrado Danny Whitten, escuderos como Neal Casal o eternos maridos/productores en la sombra como Brian Ahern.
Dave Rawlings, aunque no esté casado oficialmente con Gillian Welch, formaría parte de esta última categoría. Su carrera ha ido tan ligada a la de su pareja, que no resulta extraño que estemos solo ante un segundo disco firmado bajo su propio nombre. Y eso que del primero hace la friolera de seis años.
Un disco que acaba por ser fiel a la ironía que se le presupone al título. No en vano algo obsoleto es algo pasado de moda, que pertenece a otro tiempo, otro lugar. Al igual que la fiel americana de Dave Rawlings se encuentra desfasada en el siglo XXI con su cuidada instrumentación, sus nítidas guitarras acústicas y su sonido vaquero. Pero aun así, logra conmovernos con su toque añejo, su apego a la tradición y por la belleza que desprenden canciones como la inicial “The Weekend”, que hubiera quedado niquelada en el cancionero de Gram Parsons. Al igual que una balada como “The Trip” recuerda por su recitado a Townes Van Zandt. Personajes que no podríamos tildar de segundones, aunque tampoco entrarían en la categoría de estrellas como Springsteen o Willie Nelson. Por eso lo de Dave Rawlings no sea de actor secundario, sino más bien de actor de reparto. Aunque si saca más a menudo discos con el poso artesano de este “Nashville Obsolete”, bien podría subir de categoría y codearse con amigos como Ryan Adams o Jason Isbell en esa segunda categoría.
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