Estamos para aplicar el famoso refrán: no hay mal que por bien no venga. La presidencia de Trump y el Covid le dieron a la humanidad el primer disco solista de Danny Elfman en treinta y siete años. Serán millones los que se pierdan este valioso aporte cultural, y habrá otros tantos que tendrán la oportunidad de escuchar cómo suena un disco en el que Elfman, a sus sesenta y ocho años, se ve influenciado plenamente por el devenir de su entorno y no por lo que le sugieran las imágenes provistas por algún talentoso director de cine.
El ex cantante de la infravalorada banda new wave Oingo Boingo, practica aquí un método de creación similar al que llevó a aquel grupo de culto a ser tan particular.
Oingo Boingo no eran una banda de ska, no eran una banda de pop ni de new wave, pero usaban los preceptos estéticos de estos movimientos para ofrecer su deformada –y única– manera de hacer música. Pasa algo similar con “Big Mess” en el cual los sonidos reinantes traen la impronta de distintos estilos –industrial, hard rock, gótico, clásica y un larguísimo etcétera que sería muy geek detallar– los cuales logran dar un vuelo especial a cada una de las dieciocho composiciones que completan el disco. Elfman comentó que cuando abrió la puerta a la inspiración, a la creatividad y al hecho de volver a transmitir su sentir, no supo cómo parar, posiblemente por eso el disco es tan extenso para los cánones actuales. Un exceso que Efman tiene completamente permitido: solo cabe pensar en todo lo que el tipo ha sido capaz de hacer en su carrera como compositor de bandas sonoras, es tremenda la responsabilidad histórica que recae en “Big Mess”.
No podemos saber si Elfman sería capaz de hacer hoy en día un disco mejor que este, pero lo que sí sabemos es que hay que ser muy cabeza dura para no reconocer que esto es una auténtica bestia artística de gran profundidad en las intenciones y trabajo en las ejecuciones. Porque ahora toca sentir y pensar la película que correspondería a este disco, ejercicio contrario al que Elfman nos tuvo acostumbrados desde siempre con sus inmortales bandas sonoras para los filmes de Tim Burton, Gus Van Sant, Sam Raimi, Henry Selick, etcétera.
Y respecto a ello, podemos pensar que dado el dramatismo y lo perturbado del clima general del disco –y de los tremendos vídeos que vienen acompañando a los distintos cortes adelanto–, estamos ante la banda sonora de una película que Danny Elfman (y todos nosotros) vivimos en carne propia: nada más y nada menos que la realidad de los últimos cinco años. Lo dicho: Trump, las revueltas sociales y la pandemia como algunos de los protagonistas indiscutibles.
Cuando en 2016 el republicano recalcitrante ganó las elecciones en Estados Unidos, más de uno pensó “al menos tendremos buen punk por cuatro años”. Pues bien, aquí estamos ante uno de esos valiosos premios musicales, midiéndose con otras genialidades como “The Ever Fonky Lowdown” de Wynton Marsalis (entiendo que no hace falta aclarar que el punk es una actitud más que un sonido ¿verdad?).
A lo largo del trabajo van apareciendo guiños a la propia historia artística de Elfman, a la herencia de su sonoridad: los ataques orquestales son electrizantes, los trallazos de distorsión memorables y los arrebatos de delirio musical y lírico son simplemente una razón para dar las gracias. Como todo tiene que ver con todo, hace falta mencionar que el equipo que se formó para la ejecución de estas piezas –parece más atinado llamarlas así que canciones– es del nivel esperado. La base de Stu Brooks (bajo, Dub Trio) y Josh Freese (batería, ex Devo, The Vandals y A Perfect Circle) no tiene fisuras. Petra Haden aporta sus violines. Joel Hamilton participa de la mezcla. Y otra vez sería aburrido nombrar a todos los participantes detrás del hombre, pero sí, la lista quita el hipo.
En este periplo en el que Elfman se hace cargo de guitarras, sintetizadores, letras, producción y voces se lo puede apreciar en plenas facultades de su espíritu camaleónico: de ratos él también teme a los americanos y suena al Bowie de “Earthling”, pero con los dedos metidos en el enchufe, en otros pasajes nos hace pensar en un Mike Patton con más décadas de experiencia y luego en un Frank Zappa del año 2030. No estamos ante un disco más y como tal “Big Mess” merece ser apreciado cual verdadero diamante sonoro. Danny Elfman. Candidato a mejor nutricionista de almas de 2021.
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