Tropismes
DiscosDaniel Van Lion

Tropismes

8 / 10
Enrique Peñas — 18-04-2018
Empresa — Menta
Género — Electrónica

Las investigaciones de la canadiense Suzanne Simard sobre las redes de microrrizas (básicamente, la asociación entre los hongos y las raíces de las plantas) y la existencia de una comunicación real entre los árboles se sitúan en el punto de partida de “Tropismes”, el primer disco de Daniel Van Lion (alias del madrileño -aunque gaditano de origen- Daniel R. Mesa), después de que hace tres años despuntara con el EP “Fugu”.

Antes, con un estilo aún por definir, ya había publicado “Introduction to a natural era” (2014), en donde de alguna forma anticipaba esa inquietud por la naturaleza como refugio frente a la frecuente hostilidad del espacio urbano, una posición que ahora en realidad se ve superada, al incorporar al relato -de manera análoga a las teorías de Simard- aspectos humanos (luces y sombras, como en cualquier otro aspecto de nuestra existencia) que contribuyen a ampliar el alcance de una propuesta que se materializa a través de un lenguaje de techno clásico -con nombres como Autechre o Boards of Canada en el horizonte- a la vez que inconformista, de manera que a lo largo de estos diez temas aparecen momentos de noise, witch, trance, abstracción y paisajismo experimental con tendencia a la oscuridad. Incluso un remoto ritmo breakbeat en el fondo de “Ginkgo”, un enorme tema de IDM que invita al baile de forma explícita, sin perder en ningún caso la frialdad que también se manifiesta en canciones como “Orquesta de plantas” o la angustiosa “Plague”, en este último caso asimilando una pandemia como la del VIH a una plaga que avanza en el bosque. Es en minutos como estos donde más se hace evidente esa vida en comunidad (la “Wood Wide Web” que señalan distintos ecólogos, forestales y biólogos), incluyendo también pasajes de ambient enrarecido, como ocurre en “Amaina” y, sobre todo, en “Hoia Baciu”, valiéndose del imaginario colectivo y de las leyendas que rodean al bosque del mismo nombre en el corazón de Transilvania, hasta terminar en la luminosa y frágil “Fungi day”, un epílogo a modo de celebración sobre la manera en que los hongos reparten la energía de los árboles.

La botánica y el medio natural actúan así como elemento vertebrador de un discurso instrumental que también tiene aires cinematográficos (“Sleep of trees”, “New orquid”, casi siempre con un punto inquietante en su desarrollo), resultando especialmente convincente cuanto más se adentra en terrenos incómodos, con la melancólica arritmia de “Timid peaks” como mejor ejemplo, recorriendo su propio camino dentro de una red social (el bosque, la ciudad, la vida) que no siempre es tan amable como puede parecer.

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