En la cuenta atrás de un año oscuro, asfixiante y laberíntico como pocos, nos llega un rayo de luz que calienta el epílogo invernal como diez soles, marcando una esperanzadora salida de 2020 al son de una decena de canciones que huelen a hierba fresca y comprometida tierra mojada. Dani Llamas encuentra su centro en “La verdad”, tirando de raíces andaluzas y cantando en castellano por derecho, sin lastres ni imposturas, revisitando y revistiendo coplillas populares, recreando vivencias de voces silenciadas y firmando algunas de las mejores composiciones pop de la última década. Imposible escuchar la maravillosa y personalísima “Fui piedra” (soleá de La Serneta, popularizada por la Niña de los Peines y magistralmente interpretada por Enrique Morente junto a Sabicas) y no entrar en bucle infinito con una sonrisa grabada a fuego en el rostro. ¿Canción nacional del año? Yo digo: Sí.
Antes de esta suerte de punto y aparte en la carrera del jerezano, de romperse la camisa entre compases flamencos, garra rockera y resplandores pop a base de brillantes orgías instrumentales, guitarras y sintes al mando, Dani Llamas tuvo tiempo en este 2020 de brindarle tributo a su amigo tristemente desaparecido Grant Hart, en el notable “Grant”, lanzar el himno obrero de “La Internacional” en inglés y en castellano y, poco después, firmar el EP “The Heavy Hours”, donde encontramos un “Tierra sin paz” que bien podría haber compartido surcos en su último largo.
“La verdad” comienza a corazón abierto, con “Se canta a lo que se pierde”, título machaniano empapado de oscuridad folk y electricidad afilada, una tormenta justo antes del amanecer de la que salimos vivos de milagro, entre penas campesinas y memoria recuperada, con pinceladas de antiguas cantiñas flamencas incluidas.
Tras los relámpagos iniciales, dejamos de tocar el suelo con un “Fandango de la libertad” que sabía a sangre en la boca de Agujetas y ahora, sin perder un ápice de verdad, guitarra de doce cuerdas a la cabeza, es otra de las piezas ganadoras del disco. Un paisaje sonoro de adictiva luminosidad surcado en una montaña rusa de la que no querrás bajarte, atravesando raíles de viñas que unen jerez con la costa oeste californiana, fundiendo a la perfección el folk rock sureño sesentero con ecos de jondura primigenia. A la apoteosis ya nombrada de “Fui piedra”, latido central de la obra, le sigue el “Pozo de la víbora”, relato y atmósfera que corta la respiración y te araña por dentro, con la voz de Ramón Rodríguez (The New Raemon) sumando un extra de tensión y emoción, recorriendo un episodio de la España oscura del que no volverás ileso.
La luz de nuevo lo inunda todo por radiantes alegrías de Cádiz, bastardas de punk-rock y borrachas de sintetizadores y guitarras powerpop en vena que te empujan a dar “El salto al cielo”, ese brinco sin alas que esperaban realizar los monjes cartujos a la espera de la muerte, en un cortijo/monasterio del mismo nombre que se encuentra en las afueras de Jerez. Hacia las nubes seguimos “En un vergel”, donde “las palabras de mi madre sembraré” y la melodía crece, escapándose de las penas, entre estrofas con sabor a raíz dolorosa, despegando hacia un ilusionante cielo psicodélico minado de estrellas y luceros.
Los refuerzos nunca llegaron de los llanos de “Caulina”, pero las revueltas en busca de libertad y justicia no tienen miedo a avanzar contra todo pronóstico y obstáculo, y así nace, tras veinticinco años cantando en inglés, la primera canción escrita en castellano de Dani Llamas. Otra emocionante y necesaria historia rescatada del olvido, entre texturas fronterizas, niebla y polvo en la garganta, al son de escardillos de sudor y sangre que sueñan y luchan por un mundo mejor, entre malas hierbas y estómagos vacíos. Una dura batalla que libraron centenares de campesinos sin tierra en 1892, tomando la ciudad de Jerez y proclamando un efímero comunismo libertario que fue rápidamente contrarrestado y castigado por el ejército. Con más de doscientas personas apresadas y cuatro de ellas ejecutadas a garrote vil en público.
El amor todo lo cura y el sufrimiento se nos quita entre embestidas power pop con regusto a Ryan Adams, en la enérgica y muy coreable “Ay amor”, con versos populares que han llorado algunas de las mejores voces del cante jondo jerezano, de Tío Borrico a José Mercé: “Mi barca se me partió / pescando en la mar serena, / mi barca se me partió / y al ver mis fatigas negras, / una ola a mí me tragó / y el agua estalló de pena”.
“Con el viento y con el agua”, esa canción templada por bulería que siempre resonará poderosa y eterna en el quejío indomable de José Domínguez “El Cabrero”, relampaguea ahora sobre los pasos de Dani Llamas en el penúltimo suspiro de este imprescindible trabajo. “Y así soy yo, / lo mismo que el paisaje, / dócil y maleable como la arcilla, / pero también indómito y salvaje, / como el cardo que crece en la colina”. Metálica, desafiante e incorruptible, abriéndose camino entre “mansas campiñas y bravas sierras”, al compás de una soleá western por bulería, despejando nubarrones y reflejándose en el espejo del agua clara que enturbian los hombres y sus guerras.
El viaje termina con la pista que da título al álbum, una “La verdad” que galopa con estrofas flamencas populares y los vaivenes más pop del lote, rebosante de resplandores y otras luces que se quedan pegadas como salitre a la piel.
“La verdad” que duele y alivia, entre sonidos americanos y viñedos andaluces, la verdad que emociona y alumbra a cada pellizco, que se hace presente sin dejar de mirar al pasado en dirección al futuro. No se lo pierdan.
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