Dan Auerbach ha logrado, gracias al éxito cosechado con The Black Keys y sus siempre acertadas producciones, un estatus que le permite hacer lo que le de la gana. Y no cabe duda que está aprovechando esa tesitura como si se tratara de un chiquillo algo gamberro, pero en el fondo simpático y de buen corazón. Tras noquearnos hace ocho años ya con un disco de género como “Keep It Hind” (2009) en el que desgranaba con arte el blues, el soul y el rock y también a dos años del disco de The Arcs, se descuelga ahora con una obra soleada y besada por las olas del Pacífico californiano. Un buen tratado de soft-rock setentero que saca a pasear unas influencias que van de los Beach Boys, pasando por Lee Hazlewood o Harry Nilsson hasta llegar a un referente más contemporáneo como Beck.
Y lo cierto es que logra engatusarnos con mucho gusto y clase, eso nadie lo duda, pero no acaba de darse cuenta que le falta algo fundamental: la sustancia. Esa entelequia universal anhelada por todos los artistas que hace que lo grabado deje poso; que estas tonadas tan pizpiretas como inocuas se mantengan en el recuerdo y no vayan a ser olvidadas en tan solo unas semanas. A él se la traerá al pairo porque se ha ganado el derecho a hacer lo que le plazca, aunque se trate de un ejercicio estilístico carente de estilo propio. Y aquí reside el problema: Músicos de su talla deben buscar, para trascender, de ese sello que los defina. El mismo sello que tienen The Black Keys y tan buenos resultados le ha dado. De lo contrario estaremos ante una curiosa colección de canciones que te alegran una o dos mañanas y punto. Poca cosa si aspiras a algo más que a ser ese chiquillo gamberro dotado de talento al que hacía referencia al principio.
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