Se puede hacer vanguardia sin arrojar novedad. El ansia por saber para qué sirve todo esto es bien antigua. Pero las emociones que se transmiten intentando alcanzar respuestas, siempre son nuevas. Así lo demuestra Damon Albarn en su segunda entrega en solitario “The Nearer The Fountain, More Pure The Stream Flows”, un disco menos unitario que su predecesor, pero más sincero y doliente, Como el coco-loco de su creador, sin duda, el más valioso de su generación.
“Everyday Robots” (14) fue una grata sorpresa. No tanto porque el británico se probase lejos de Blur y el britpop, ya antes había coqueteado con óperas y bandas paralelas (Gorillaz o The Good, The Bad And The Queen). El disco era mágico porque ponía al frente la voz de Albarn pero con un cáliz sintético que resultaba futurista y nostálgico a partes iguales. El británico deja ahora de lado lo conceptual para ahondar en un largo de cantautor. A su manera. Sinfónico o jazzero. Fragilidad humana, pérdida y renacimiento. Del ambient al neo funk. Un disco más raro, menos redondo que “Everyday Robots”, aunque más maduro. Y eso es mucho decir para alguien con veinte años de carrera. En el nuevo álbum uno vive los giros del autor. Las variadas fases, muchas de ellas oscuras, por las que ha pasado y que le han conferido altísima sensibilidad poética y melódica.
Pese a que todo nació de un experimento fallido, las once canciones fueron pensadas como piezas orquestales inspiradas en los paisajes de Islandia, hay un sutil empaque en el largo... ¿La libertad que se vive en la nada?
Inteligentemente, el inicio del disco, sobre todo la pulsión del segundo tema, “The Cormorant”, remiten a algo de “Everyday Robots”. Tiene ese “The Cormorant” incluso una forma de cantar desgarbada que resulta asertiva. Hay también arrebatos de pesadilla: “Combustion”. De ahí a un interludio que todo lo quema y que aporta sentido narrativo. En “The Tower Of Montevideo” el conjunto rompe hacia una coralidad que tan buenas noticias le ha traído a Fred Again..: spoken word vívido.
Más rico en sonidos, más chiflado, más extraño. Pero siempre pop. Se hermanó para ello con su habitual Stephen Sedgwick. El largo toca techo en “Graffite trumpet sea”, una canción digna del Studio Ghibli. Una banda sonora desquiciada. Como cierre, “Particles”, una medio balada que podría haber firmado para Blur, y la enorme sensación de que Damon Albarn ha logrado una técnica prodigiosa para absorber y soltar. Absorber, soltar. Mejorando lo recibido: acercarse a la fuente y beber de la parte más alta. La más pura. Hacer de tu vida esa fantástica frase mancillada del poema “Love And Memory” de John Clare y que da título al disco.
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